EL MANDO A DISTANCIA


Ayer alrededor de unas cañas y con un partido de fondo que supimos cómo quedó de milagro, la conversación derivó en representaciones varias sobre cómo se comportan los padres con el mando de la televisión. Los hay que permiten el diálogo, los hay que, si los engañas, consigues salirte con la tuya y ver lo que quieras y lo hay, como el señor de gafas oscuras, que son unos tiranos en el sentido amplio de la palabra.

Recuerdo cuando éramos pequeños y estábamos los tres en el salón. Era más pequeño que ahora (porque en cuanto me fui a estudiar fuera mi madre no tardó ni un mes en decidir añadir mi cuarto para conseguir un espacio amplio ahora que sólo iban a vivir allí dos personas en lugar de cinco). Bueno en realidad pequeña era yo. Manu y Santi estaban en esa edad masculina en la que no se sabe muy bien si son niños, si son hombres o si son una pura hormona andante (ahora que lo pienso creo que se quedan en esa etapa para siempre). La cuestión es que eran como que muy pesados. Siempre pegándose, siempre metiéndose el uno con el otro. Las únicas veces que no discutían era cuando hacían frente común para vacilarme a mí. Y entonces yo lloraba y la pobre señora que ya caleteaba desde su rincón del sofá pasaba del "Estaos quieeeeetos!!!" al "Trataos como amigos por favor!" y luego "PARAAAAAD!" "Se lo voy a decir a vuestro padre cuando venga!"

Y ahí parábamos. La recuerdo indignada. "Es increíble, entra él por la puerta y os ponéis como velas y a mí me tomáis por el pito del sereno!" Y era verdad. Pero también lo es que con los años hemos ido valorando más las decisiones coherentes y razonables de mi madre y tomándonos más por el pito del sereno a mi padre. Karma, supongo.

En aquel salón vi E.T. por primera vez. Manu y Santi alucinaban con que no la hubiese visto aún y se quedaron a verla conmigo. También lo hicieron con Mary Poppins. La vi tantas veces que me bajaban el volumen y yo continuaba los diálogos (Calle del Cerezo número 17...) Y cuando me regalaron Peter Pan no dudaron en criticar su acento y los paletones que tenía por dientes. Daba igual. Yo estaba encantada de que estuviésemos todos en el salón viendo una película juntos. 

Porque esto no era lo común. Porque como digo (y no es que tenga algún tipo trauma por ello) el señor de gafas oscuras es el dueño y señor del mando a distancia y se ve lo que él diga. A veces amaga, porque con los años y los nietos se ha vuelto más blandito y, sobre todo cuando están las nueras o visitas delante, dice "no, no...poned lo que queráis" Pero todos sabemos que no. Poco pide este señor en la vida como para no concederle el placer de poner Barça TV justo después de un partido de su equipo del alma. Aunque haya puesto a caer de un burro a todos y cada uno de los jugadores. "Pero papá, esto es en catalán" "Da igual, yo lo entiendo". Yo miro a la señora que calceta, ella pone lo ojos en blanco y continúa jugando al solitario en el iPad. 

Esta es la escena habitual. Esta es la que representaba yo ayer.
El señor de gafas oscuras tumbado en un sofá meditando mientras dicen sandeces en Telecinco, viendo a "lo más bajo de España, esto es lo que somos!" por televisión y riéndose de la condición humana con cada intervención envenenada. O viendo todos y cada uno de los partidos de fútbol que haya (y son muchos, que tenemos el paquete Total del Plus) Pero si es año de Mundial, tranquilos que le vale el Iraq-Uzbequistán tanto como el Panamá-Ecuador. 
Y mi madre en el otro sofá. En su rincón. Jugando a las cartas por Internet, o al backgammon, o al adictivo Candy Crush...a esta señora le va el juego pero tuvo que decirle a mi hermano si era idiota cuando le preguntó asustado si estaba apostando dinero de verdad. A tanto no llega. Aunque lo que más hace en ese rincón es calcetar, claro.

Cuando aún vivía con ellos (es decir, hace mes y medio) escuchaba un "Santiiii!!" seguido de un gruñido típico del señor de gafas oscuras que suena como "GRNá" y de una carcajada. Esto quiere decir que el susodicho había alargado el brazo izquierdo hasta alcanzar la lana con la que mi madre fabrica maravillas para así no dejarle continuar. Un tocahuevos, vamos. 40 años casados y aún le sigue haciendo gracia. 

Otro de los síntomas de 40 años de convivencia se da cuando le recuerdas al otro algo. Claro que si resulta que es porque el señor de gafas oscuras pone el Canal Pesca y la señora que calceta le dice "Santi, este ya lo vimos, ¿no te acuerdas? es el de la lubina en los fiordos noruegos" pues una no puede hacer otra cosa que alucinar, mirarles atónita mientras ellos siguen con su vida en el microcosmos que han creado en ese salón, levantarse e irse a su cuarto pensando que tal vez el amor es eso: ver juntos capítulos repetidos del Canal Pesca.

 

LLEGAR A CASA (II)

Así como el súper 2 en las copas es un gran invento, el 2x1 en barras de pan es una cosa cruel. Yo sólo quería una barra (y debería haber sido media) pero ahora tengo dos. Por un euro. La compra para uno es imposible y triste. El gazpacho es de tetra brick y el pan se regala aunque no lo quieras. Piensas que el hambre del mundo tiene solución mientras dices que no quieres bolsa. Vuelves a una casa vacía y un amigo te pregunta si ya la quemaste. Bueno, te lo dice con un dibujo de un fuego y un interrogante. Menuda imagen. Pues no, la casa donde crecí sigue en pie y soy la ama y señora del mando a distancia. Me duermo en el sofá porque entre tantos canales siempre hay alguna película y no hay señora que calceta para mandarme a la cama. Ocupo el lugar del señor de gafas oscuras y desde su perspectiva me reencuentro con unos rayazos en la mesa que hice hace más de 20 años. Y aunque se está muy bien, de aquí me iré pronto. Al veraneo de verdad. Al de pueblo.

Dormiré cerca de la plaza de abastos de Baiona, donde los tomates no tienen pepitas y huele a peixe. Y a mar. Ese mismo mar que veo desde la autopista reflejando una mancha amarilla a la que le ha dado por aparecer. No sé hasta cuándo. Aquí, en el Oeste, el Sol se deja caer cuando le da la gana. Y nunca sabemos por cuánto tiempo. Pero cuando viene se queda durante más horas que en el resto del mundo y nos regala las mejores despedidas que existen. Parece que quisiera compensarnos sus ausencias como un padre que trabaja demasiado. 

Vuelvo a echar un vistazo al Val, que de Miñor tiene poco. Con días así dice mi prima Marta que es el mejor lugar del mundo para estar. Y tiene razón. 

Pero por ahora vuelvo a casa con el gazpacho de mentira. Vuelvo a cortar el pan con las manos aunque tengo el cuchillo al lado y a  tomarme la miga esponjosa y deliciosa para que entre en la tostadora. La miga es la mejor parte. Si quieres que hagamos buenas migas, la vida, como el pan, siempre con mucha miga.

Por si acaso, desenchufo la tostadora como haría el señor de gafas oscuras. Pero sabes que es un gesto absurdo y de autoengaño porque vas a volver. Porque aún tienes mucho pan. Y mucha miga. Porque la sociedad de consumo te ha obligado a traerte dos barras a casa. Claro. Menudos sinvergüenzas! Eres una víctima. En fin, con suerte tu fuerza de voluntad aparecerá y dejarás algo de pan para desayunar mañana.  
Y con mucha suerte el Sol brillara, mañana…

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LLEGAR A CASA

Llegar a casa. Eso con lo que sueñas.

Llegar a tu casa y respirar hondo. Ya está.

Cuando vivía con Blanca, intuía cómo le había ido el día según el tono de sus "hola" o el número de cervezas que trajese. Si era una botella de vino es que había mucho que hablar. Alguna vez que celebrar pero la mayoría de las ocasiones era para empezar maldiciendo y acabar riendo. O llorando. O todo a la vez. 

Ahora llego a casa de padres. Son ellos los que me reciben a mí. Nada más sacar la llave de la cerradura y decir "hola..." ya escucho "Qué Piraña, qué?" Entonces sé que se van a levantar. Y mientras el señor de gafas oscuras me persigue por el pasillo con su clásico bucle "Qué! qué! que´! Vives como Dios!" la señora que calceta me comenta sus últimas novedades en esta actividad que tan bien se le da. Yo continúo hacia la última puerta a la derecha, que es donde están todos los cuartos de baño pero en esta casa es mi habitación, aunque la cedo gustosamente a Manu y al packaging de Roque cuando se deciden a bajar desde La Coru. Lo único que quiero es soltar el bolso-maleta. Como si con ese gesto me desprendiese de todo lo malo del día. Ahí se cumple: "ya estoy en casa" Me pongo algo más cómodo (aquí somos de cambiarnos, los hay que aguantan calzados hasta que se van a la cama pero no es el caso), me desplomo sobre la cama y cierro los ojos unos instantes. Entonces oigo a lo lejos que "hay pan!" y los abro de golpe. Llevo soñando con unas tostadas desde que me dejaron en la Plaza de España. Después de ese paseo musical donde no veo tiendas, ni gente. Donde sólo hay un objetivo: "llegar a casa". 

A veces no me da tiempo a llegar a la habitación. A veces mi madre se ha ido a jugar a las cartas (y llegará tarde y mi padre le pondrá el cerrojo) y entonces el señor de gafas oscuras ni si quiera habla. Sólo un "Piraña!" y gestos. Enciende la luz de la cocina y acompaña cada uno de sus movimientos con un gruñido. Primero a la nevera. "Grra!" Eso quiere decir que hay gazpacho. Bien. Luego a la encimera."Grra!" Pan del rico. Bien, después de un durísimo casting hemos dado con el pan definitivo. Otro "Gra!" y descubro un bote gigante de bonito del norte. Toooma! ensaladas premium toda la semana! y rememoro internamente la "Oda al atún" Por último un "Grraaa!" distinto. Qué más puede haber? QUESO! Cualquier queso? No, EL queso. Me mira y con un "Gra!" que significa "Conforme?" vuelve por donde ha venido. A ver el Mundial y a maldecir a Messi por querer estar ahora y no haber aparecido en toda la temporada. Y yo me quedo ahí en medio. Con el bolso-maleta cayéndoseme del hombro, mientras con un brazo cojo gazpacho y con el otro corto pan. Son momentos de felicidad. De picoteo aquí, corto allá. En frío. De pie. Improvisando. Sobre la marcha. Que hay sobras de la comida? pues póngamelas por aquí, oiga, que algo haremos con ellas.
Y mientras piensas "bueno el último trozo" (que siempre es mentira), concluyes que llegar a casa de padres no está tan mal. Y que si el amor se midiese en caprichos culinarios, estos señores te aprecian bastante.

POR QUÉ HAY QUE HACER LIMPIEZAS

Ordenar el cuarto es el principio de todo. Desde siempre. Desde que tu madre no te dejaba salir a no ser que todos esos juguetes volviesen a su sitio o cuando te encontrabas un cartón de pizza debajo de la cama y hace ya varios días que el monstruo de la ropa va de la silla a la cama y de la cama a la silla en el colegio mayor. Es hora de ordenar.

Cuando vuelves a casa de papá y mamá después de un tiempo fuera y tienes que, de alguna forma, hacer convivir las cosas que allí habitan, supervivientes a anteriores purgas, con todas las que traes en la mochila (quien dice mochila, dice maletas y bolsas varias), tienes un problema. Y qué solemos hacer con los problemas? Evitarlos. Se esconde todo como se puede hasta nueva orden (de madre) o hasta que un día no encuentras la maldita carpeta que pone Cosas importantes de la vida. Llegados a este punto debes enfrentarte a una realidad: no llega con ordenar, hay que hacer limpieza

La situación es crítica. Entre cuatro paredes, tú, una bolsa de basura negra y tus cientos de cosas. Venga hombre, no exageres. Al fin y al cabo son eso, cosas, no será difícil deshacerte de ellas.

JA!

Hay dos tipos de personas, las de guardar y las de tirar. Yo soy definitivamente de las primeras. Cojo todo papelucho que me hace gracia, me parece bonito o me recuerda a algo, alguien o alguna situación. Así que si el 80% del cuerpo humano es agua, ese mismo porcentaje en mi cuarto es celulosa.

La potencia sin control no tiene sentido y el guardar sin saber dónde tampoco. La información por sí sola no es poder. La información ordenada y clasificada sí. De ahí que las madres sean tan poderosas, porque saben dónde están las cosas.

Para eso están las cajas. Las cajas son la base de todo. Mi amiga Cova es muy muy fan de ellas y le dedico un recuerdo cada vez que las veo bonitas.
Porque pueden guardar simples aparatos y cables electrónicos pero ahí está también la Game Boy con el Tetris aún esperando a que vuelvas a engancharte y batas tu récord de 222 líneas (era un número tan redondo, tan capicúa y tan par que tuve que retirarme después de conseguirlo). En la siguiente encuentras las fotos del colegio y ese lazo con 3 años, ese aparato con 9 y esos terribles 14. Los apuntes de clase que consiguieron que a día de hoy te acuerdes que "Un pronome átono nunca pode encabezar unha oración" y de Los Reyes Católicos pero no tanto de los afluentes de Douro ni de todas las capitales de África...

Haciendo limpieza te llevas sorpresas agradables. Como encontrarte tu año entero de Erasmus en forma de libreta-collage. Con todos los sitios en los que estuviste, los trabajos de clase y hasta el número que llevabas en la primera regata en Cambridge. Pues parece que no estuvo nada mal el año aquel en la isla esa. Nueva York por aquí también y va a resultar que esas tardes de corta y pega son de agradecer. Así que te prometes hacer lo mismo con esa caja, "la" caja. Esa en la que guardas todo aquello que te observó desde las paredes tus cuartos desde que hace 9 años te fuiste de esta habitación a la que hoy vuelves. Cosas que tienen algo más que restos de blue tack en la espalda. Están los dibujos, recortes, entradas, fotografías, postales, posavasos, tíquets, etiquetas, recuerdos de viajes y frases que te vieron cada día durante tantos años. Cosas que son momentos y personas.
Al abrirla no puedes evitar recordar a tu amiga Ceci en ese posavasos de Hamburgo, a esas teenagers que fuisteis en cada entrada de Vánitas, Dúplex o El manco (mi madriña!), todos los lugares en los que estuviste en cada postal, postales molonas que habías olvidado, postales antiguas y otras que te recuerdan tu lado más obvio como ese bebé de Anne Gueddes, los primeros años Madrid en ese trozo de muro de Malasaña que una noche se derrumbó a vuestro lado o en esa tipiquísima foto de pies en el Km 0 con, al loro, pantalones de campana.

Las personas que guardamos somos nostálgicas por naturaleza. Hay una escena bastante antológica de Mad men donde dicen que Nostalgia viene del griego y significa "dolor de una vieja herida". Puede que esos trozos de papel no ayuden a cerrar esas heridas, más bien al contrario. Puede que alguien vea cierto grado de masoquismo en esto. Pero lo cierto es que ese pequeño dolor, esa punzada que es casi como una descarga eléctrica y provoca una sonrisa al tiempo que te pone un nudo en la garganta, me hace sentir más viva. Y así ocurre cuando abro mis cajas de papeles o cuando revisito la carpeta de notas y cartas de las adolescentes perdidas que fuimos. Sonrisas y lágrimas sería una buena síntesis de esa película. Pero en general lo es de cualquier historia que merezca la pena ser vista, contada o vivida.

Así que todo guardado, ordenado y clasificado. En cajas. Lo único que hay que decidir ahora es dónde quieres colocarlas. Cuáles dejas cerca y cuáles colocas en el fondo del armario...sabiendo que estarán ahí cuando las necesites.

No es que yo quiera hacer apología del síndrome de Diógenes. Claro que hay cosas que hay que tirar. Pero lo cierto es que aunque me proponga hacer limpieza me resulta imposible mandar a la bolsa negra cosas que me recuerdan lo que viví, quién fui y, por lo tanto, quien soy. Los recuerdos no dejan de ser referencias, como si de un mapa se tratase. Te ayudan a ubicarte como esas pegatinas de "usted está aquí"

Pero para conseguir orientarse primero hay que ordenar. Porque cuando uno se encuentra en medio de la nada, bueno, en medio del todo en este caso, hay que empezar por algún sitio. Ordenar el cuarto es el principio. De qué exactamente? El principio del fin del despiste. Es volver a estar preparado para lo siguiente. Porque vuelves a saber dónde están las cosas...y dónde estás tú.

Y esto, que iba a ser una entrada sobre limpiezas de cuartos, ha acabado por convertirse en una de orden en la vida. Y tiene gracia porque al escribirla ha habido de todo menos orden y he tenido que revisar, cortar y "tirar" párrafos como si de mis cosas se tratase. Así que tal vez debería haberse titulado "Por qué hay que ordenar?" y la respuesta sería "para continuar".

Tan simple como eso. Ordem e progresso.

 

VOLVER CON LA FRENTE MARCHITA Y EL ALMA TAMBIEN...

Pero primero fui. En autobús. Y no un autobús cualquiera, en el auténtico Autobús de la Muerte. Y paré a las tres de la mañana en la mítica, decadente y sucia estación de servicio Los Perales. Con frío. Con lluvia. Después de haber rezado sentada en mi plaza que no fuese ese gigantón que caminaba de lado y con dificultad por el pasillo el que se sentara a mi lado, ni esta señora con pinta de querer dar conversación...en realidad recé por que nadie viniese y pudiese tumbarme a mis «anchas»...pero no fue así. Un chico normal se sentó y no me reclamó que el asiento de la ventana era en realidad el suyo (En mi defensa diré que la numeración era confusa)


Y llegé a una no menos decadente estación de autobuses viguesa a las 5 y media de una noche de Halloween en la que los whatsapps de mis amigas se fueron alejando en el tiempo y en la comprensión. Tentada de quedarme en el Mondo, me fui derechita para casa. Extrañada por no encontrar nada que rascar en la nevera (luego me enteraría que el motivo fue que la señora que calceta no me esperaba esa madrugada sino la siguiente) me conformé con un poco de pan y a la cama. A esa cama-de-casa-de-padres donde tan bien se duerme con sábanas planchadas y muelles que no se clavan.
Y dormí mucho.

Dormir es un placer. Dormir sabiendo que al despertarte no vas a tener que limpiar la casa, poner lavadoras o pensar qué hacerte de comida (no llevando a cabo la mayoría de las veces ninguna de las dos primeras cosas y mal haciendo la tercera) es un placer al cuadrado.

Porque en casa se está más que bien. Esto lo he dicho muchas veces. Pero es que además resulta que era el cumpleaños de la señora que calceta y después de varias llamadas en código enmarcadas dentro de la operación «Compra el regalo» o, como le llamamos en casa, «Quién pone la pasta», nos llevó de cena de lujo en restaurante donde, para variar, hablamos más alto que el resto de mesas. Pues muchas felicidades para ella, creo sinceramente que descumple años como nadie.

Y si pasamos por delante del Karaoke hay algo dentro de Santi que le lleva a decir «I don't want to miss a thing» y Manu se da por aludido y baja las escaleras cual estrella en el backstage, sabiendo que va a tener al público entregado. El público en este caso era escaso pero de calidad a la altura de la actuacion tantas veces vista y que nunca decepciona. Cuando me tocó subir aquí a la tercera en discordia, me encontré con un jurado con taburetes giratorios y un Santi Bisbalizado haciendo los mismos aspavientos del propio hermano que tengo. Al parecer todos me querían en su equipo.
Una cuñada que se despide con un IMPOSIBLE de seguir «Don't stop me now» y yo creo que es lo más apropiado porque «I’m having a good time» Y tanto.

Tienes unas amigas que te esperan entre paraguas, porque en esta ciudad llueve. Pero lo hace con encanto (mentira). Lo hace de una forma que no nos impide hacer vida diaria...o nocturna. Recuerdo mis 16 y salir por la puerta hacia una tempestad mientras mi padre me tachaba de loca. Concretamente me soltaba su clásico «por menos hay gente encerrada»...pero era sábado. Era "el sábado". Ese día que en la adolescencia suponía ver cómo las ilusiones de toda una semana se quedaban en eso...o se rompían en pedazos...o, simplemente ¡pasaba!...y todo era como habías esperado...o tal vez no pero tú ibas perfecta para la ocasión. Aunque lo difícil sería lo contrario después de haber estado pensando el modelito desde el lunes y haberlo cambiado 5 veces esa misma noche antes de volver a la idea original. Ah! pero que ahora no haces lo mismo? A quién quieres engañar?

Pues al tiempo...y a la distancia. Si los engaño a lo mejor resulta que en lugar de 600 son 60 los kilómetros que me separan de Vigo, de mi casa y de mis amigos. De una vida de fin de semana.

Aunque si me apuras, tengo por delante una semana de cuatro días y un pedazo de esa vida se viene a la capital para un fin de semana de pijamas, turnos para duchas, overbooking en el salón y resacas comunitarias...las mejores de su clase. Así que aunque vuelvas con el alma marchita algo sí que vas a engañar a la morriña...

 

 

 

 

VOLVER...RE-VOLVER

Parece que es oficial. Que vuelvo.

Y no es que lo haga descontenta...al fin y al cabo la primavera en Madrid es la mejor de las épocas y voy a aprender y a hacer cosas que me gustan. Cosas que me gustan mucho y que espero sean por fin y de una vez por todas "lo mío".

Porque las dudas están bien, y de hecho dudo mucho que me vayan a abandonar nunca...pero hay que decidirse. Hay que decir "Pues venga, p'alante".

Y esto es lo que hago después de unos meses en que ni hacia delante ni hacia atrás. Unos meses de demasiada reflexión y poca conclusión. Que ya sé...que el momento no es bueno, que todo el mundo ha pasado por esto, que ya verás, que sólo es un tiempo...pero no vale. No me vale.

Intento hacer cosas y mantenerme alerta porque es muy fácil dejarse ir cuando te levantas por las mañanas sin un objetivo claro. Y con la culpabilidad (sí, confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión) de no haber cumplido con lo poco que tenía que tener más que rematado. El carnet de conducir. Seguirá siendo asignatura pendiente, seguiré culpando a la genética por ello y seguiré sin saber qué decirle a la señora que calceta cuando me lo reprocha...

Pero ahora vuelvo. Y no sólo a la ciudad donde el mar no se puede concebir, a la que tanto juzgué y tanto me enseñó. Vuelvo a Madrid y en cierto sentido vuelvo a tomar las riendas de mi vida. Vuelvo a tener un objetivo y una ilusión. Que es un Master que me ha hecho endeudarme con el banco y despotricar contra el sistema educativo después de dedicarle 6 años de mi vida? pues si es el precio que hay que pagar por empezar una vida...filliña, "eche o que hai"

Y dejar Vigo. Parece que esto fue un aperitivo de lo que puede ser la vida en esta ciudad con microclima y macrofamilia. Dejar esas llamadas del Jefe para tomar un café o picar algo y al llegar encontrarte que ha hecho lo mismo con tus hermanos. Dejar esos desayunos Cósmicos, esas sesiones de patinaje y esas cañas Colegiales. Esas salidas nocturnas premeditadas sabiendo que terminarán con siestas mañaneras entre cañas y sandwiches. Esos "asuntos" de domingo viendo cómo se muere el Sol cerca de las Cíes, esas quedadas a las 8 que inesperadamente se convierten en despedidas a las 5 con unas cuantas barras de bar como testigo de conversaciones infames. Esas excursiones en coches donde la música parece hablar de mí y de todas y que nosotras contestamos cantando a grito pelado.

Parece que no tocaba todavía. No era el momento. Pero lo será algún día (esto último no sé si lo afirmo o lo pregunto)

Y dejar de pensar qué estoy haciendo y de actuar y reaccionar irreconociblemente a las cosas. Volver a ser yo y mi circunstancia y no dejar que las circunstancias se apoderen de mi yo.

Me voy. Triste por lo que dejo pero con ganas. Con muchas ganas de reencontrarme con Madrid y con toda esa gente que conozco y que me queda por conocer a 600 kilómetros de casa. Pero, sobre todo, con ganas de reencontrar y reconocer a esa Carmen del futuro de la que espero tanto.

CARTA DE UNA VIGUESA EN EL EXILIO

Vigo es mi ciudad y siempre lo será. Aunque la vida me lleve por otros derroteros, volveré y me sentiré como en casa. Porque Vigo ES mi casa.

Cuando te vas, la ciudad se ve distinta. Se siente lejana y surge eso que ya describió en su día Rosalía de Castro. Un sentimiento de morriña que te atrapa (y que no se empeñen en traducirlo. Morriña es morriña)

El vigués es el único ser al que se le permite echar pestes de su ciudad. O al menos así era hasta que empezó a ser bonita (bendito granito). No te consentimos que digas nada malo de ella. Somos capital de nada. La ciudad más grande de nuestra categoría. Los primeros en la lista de los sin título. Así somos. Ahí estamos. 

Recuerdo cuando en el Colegio Mayor me insistían en que pasaba más tiempo en Madrid...y era cierto, pero yo me resistía a pensar que la capital era mi nueva casa. Llevo sin vivir en Vigo (al margen de las vacaciones) muchos años, pero da igual. Vigo siempre será ese lugar en el que me siento bien. En el que me siento segura. En el que me siento en casa.

Y es que Vigo, o el viguismo, se lleva muy dentro. Es algo que he podido constatar con muchos vigueses en el exilio. Somos gallegos, españoles...pero por encima de todo somos de esta ciudad donde el mar sí se puede concebir pero tendrás que saltar unos cuantos astilleros para ello, donde la noche es canalla y salir a tomar algo un deporte. Donde somos tan chulos que plantamos un olivo y se convierte en el símbolo de la ciudad. Donde echamos a los franceses en esa Reconquista de la que cada año había que hacer una redacción para el colegio en la que no podía faltar el nombre de "Cachamuiñas" y que ahora se ha convertido en una excusa más para salir a la calle a celebrar. Porque es lo que nos gusta. Salir. A la calle.

Las rúas por las que pasan mi vida y mis recuerdos puede que no lleguen a 20. Yo soy de la zona de abajo y si hago un repaso me recuerdo escalando (y sí, digo bien, escalando) Manuel Núñez, yendo a los Multicines Centro o perdida por las callejuelas de Vinos. Haciendo botellón en el Nadador, mirando al mar desde Colón, descifrando el Sireno tan controvertido, la esquina de los cuatro bancos (que vaya edificios tenemos por aquí). Que quieres verde? pues nos vamos a Castrelos en donde tanto jugué con mis primos y al que tantas veces volví cambiando el balón por una litrona y el campo de fútbol por el escenario. La calle del Príncipe donde se juntan madres con niños uniformados, malotes, pijos, abuelos sin prisa y otros a los que les falta el tiempo. Mi centro. Las compras. Encontrarse. Y saludar. Sobre todo eso. Seguimos subiendo por Urzáiz y llegamos a la Gran vía, que junto con la madrileña me indujo a pensar que todas las Grandes Vías de todas las ciudades de España eran en cuesta. En ella encontramos El Corte Inglés. Si una amiga me pedía que la acompañase, suponía ir hasta el límite de la ciudad caminada. Mi límite. Vamos, pereza infinita. Después podía haber un barranco que yo no me enteraría.

Esto cambia con la llegada de Jacinta (mi vespa roja de pizzero) Con ella descubro el Vigo que está más allá de Bouzas...siguiendo las señales de "praias" con el sol y unas cañas en la Vela esperándome. Si Vigo es particular (como el patio de mi casa en el que jugábamos a la pita siendo "casa" las baldosas de distinto color) los alrededores son un espectáculo.

Algo muy de Vigo, a parte de Citröen (por ahora) y la zona Franca, es el Celta. Ya tuve ocasión de decicarle una entrada a este club que tanto me dio el año pasado en la Copa del Rey y que me sigue dando alegrías y tristezas, sufrimiento y sentimiento de equipo pequeño. Que lucha, al que le cuesta y en el que las victorias saben a sudor y lágrimas. Me acuerdo de aquel Eurocelta del que se dijo allá por un mes de febrero de hace diez años que era el mejor club del mundo. Y no era para menos. Me acuerdo de Balaídos con pipas, camisetas, cuernos de vikingos y un color, el celeste.

La vista desde el puente de Rande es inexplicable. Emulando a Espronceda (que me perdone) diré que Vigo a un lado, al otro Cangas y allá a lo lejos, las Cíes. Las bateas de mejillones que casi parecen estar decorando esas aguas donde unos galeones se hundieron hace muchos años a manos del pirata Drake y que una calle en Londres todavía rememora. (Si pasas por allí y ves a alguien haciéndose una foto en el cartel, ya sabes de dónde es)

Vigo es muchas cosas. Mucho más de lo que he escrito. Se podrían dedicar mil palabras a cada uno de sus rincones. Porque es una ciudad que se vive en la calle.

Pero Vigo no hay uno sino muchos. Hay un Vigo por cada habitante. Uno por cada turista que llega en transatlántico, uno por cada estudiante que regresa y cada trabajador que se va a dormir lejos del centro. Por cada noche de fiesta, por cada padre desvelado. Hay un Vigo por cada caña con vistas al mar. Por cada día lluvioso, por cada baño, por cada playa, por cada espera en la parada del Vitrasa, por cada empanadilla del Carballo, por cada regateo en el mercado da Pedra. Hay un Vigo por cada adolescente que crece en sus calles. Un Vigo por cada antro, un Vigo por cada vez que alguien dice ser de esta ciudad y la defiende con orgullo cuando está lejos. Uno por cada vez que despotricamos de las obras.

Es Vigo. Cabes tú. Cabemos todos. Y quien la visita, lo sabe. Porque de Vigo se es...pero de Vigo te haces. Porque es imposible no ser fan de esta ciudad. Industrial, fea, granuja, celtista, juerguista, bonita, grande, ruidosa, dinámica, pequeña, donde no sales a pasear sino que te vas "a la calle". Donde se sale siempre...pero no se entra.

En poco tiempo volvemos a encontrarnos. Pero esto no es nuevo. Porque a Vigo siempre se vuelve.

Y es que como ya dijeron los Siniestro Total versionando un gran tema haciéndolo muy nuestro, "Miña Terra galega, donde el cielo es siempre gris...es duro estar lejos de ti"

Vigo es muchas cosas. Vigo es muchas casas. Entre ellas, la mía.

Porque si me preguntan de dónde soy, yo siempre respondo que soy de Vigo.

TRES COSAS

1- Cuando por fin lo vi aparecer después de tanto tiempo, me emocioné. Parecía como si hasta entonces hubiese estado funcionando a medio gas. Y de pronto todo cambia. Nunca pensé que fuese así. Nunca creí que pudiese causar tal efecto en mí...que soy del Norte por favor!! pero sí, definitivamente lo necesito. Sol Solito caliéntame un poquito. Bienvenido. Quédate un rato y nos tomamos unas cañas a tu salud.

2- En casa todo es mejor. (ya está? no vas a decir nada más?) Pues no. Se resume en eso. En casa se está mejor. Y no vas a echar de menos esto? Pues sí. Claro que lo voy a echar de menos. Claro que los voy a echar de menos. Pero yo no pertenezco aquí. Yo no "belong here" que diría ellos. Me ha encantado conocer, me ha encantado conocerles...pero me vuelvo. Con ganas y miedo. Con pena y con fuerza. Para empezar otra cosa. Ha sido un buen final para una buena etapa. Qué digo buena? grandiosa etapa!! Viva la universidad. Viva el ser universitario. Vivan las juergas y viva desconocer lo que son las verdaderas responsabilidades. Viva el tener el camino definido. Viva el aquí y el ahora. Viva el llamar a casa para llorar. Viva el que te llamen de casa y no poder responder porque estás demasiado ocupado viviendo una vida que te crees durará para siempre. Pero no. Ya no. Ya no quiero más. Lo he dado todo. Lo he quemado todo. Ahora toca ya sí que sí, definitivamente, que empiece lo siguiente. Y qué es lo siguiente? Pues no tengo la más remota idea. Pero sea lo que sea, ya toca.

3- Me dolía todo. Todo. Estaba en el sofá con los ojos a media asta a las 22:00. Esperando una muerte segura que duraría unas 7 horas. Y después vuelta a empezar. Vuelta a remar. Por el equipo. Qué equipo? Tu equipo. Qué ha sido de mi? El remo me está matando. El remo me está cambiando!! Y entonces oigo cómo un grupo compuesto por alemanes, noruegos e ingleses canta eso que les enseñé y les hizo tanta gracia. Eso con lo que definen nuestra cultura por mucho que yo me empeñe en defenderla. (aunque el hecho de que cuente que no todos dormimos la siesta y a la media hora esté durmiendo una bajo el sol, no me haga muy convincente) Oigo los primeros compases del "alcohol, alcohol...", sonrío con las dificultades que tienen para pronunciar "resultado" y acabo pensando que tal vez no haya cambiado en absoluto. Me he camuflado durante unos meses pero nada más.

LA CASA DE TODOS

Me di una vuelta por el 52 de García Barbón donde al llamar por el telefonillo tienes que identificarte con apellido. Estaba casi vacía y en semipenumbra pero al mirar hacia el cuarto azul tuve que entornar los ojos pues la ventana estaba abierta y dejaba pasar la luz hasta el pasillo, campo de fútbol y circuito de carreras donde tantas medias rompí, donde cabíamos hasta 6 jugando y parecía no tener fin. Con todos esos armarios alrededor que guardan tesoros y reliquias. Desde platos y manteles hasta vestidos que hoy son retro y que primas, tías y cuñadas lucieron alguna vez. Y allí están todas esas fotos pegadas como si de taquillas de instituto se tratase, con las que un día exclamé "Este es mi padre?" al ver a un niño con pelo disparado y traje de baño apretado "Era la última moda" me espetó alguna de mis tías. Pero no hay defensa para esos moños, lo siento, ni esos vestidos, ni algún que otro retrato navideño cual familia Adams. Abrimos otra puerta y llega el color, las hombreras, los peinados, embarazos, muchos niños que yo no conocí, el abuelo, que tampoco, bocatas en la playa, partidas de cartas, primeros de año, ahora primas, luego primos, venga los políticos, ni arrugas, ni canas...

Llego a la mesa del pasillo, que me enseñó a jugar al Rammy y presidiéndola encuentro un cuadro de mis 16 años y allí arriba otro de mis 12. Las manzanas eran lo mío. El teléfono! cuántas felicitaciones de políticos a sus familias, a hijos, hermanos y primos en la distancia. De novias a novios, de mí misma a mi amiga Marta en Fin de año. Ah! y el cuadro de "la Habanera de Pita" regalo de nietos a una abuela octogenaria en el 97 que no puedo evitar volver a leer con gran énfasis en el "Nietos e hijos hinchan el pecho, van presumiendo de ser Brandón" ...y pensar que lo hicieron mi hermano y primas mayores cuando estudiaban los primeros años en Santiago.

Me asomo por la cocina. A la izquierda el cuarto donde 2 coruñesas y 2 santanderinas en pijama se ponían al día sobre odios y amores adolescentes. A la derecha, Aja! ahí están. Los pasteles que no falten. Huele rico. Hay consomé que te reconstruye aunque estés a pedazos de la noche anterior. Viva! Y mis tías pululando, de un lado a otro: corta, limpia, prepara, lleva...Son 3 pero parecen 10. Me voy, luego, cuando recojamos, seremos 10 que abultaremos como 20.

El hall acoge cada año el árbol con bolas rojas que poco a poco va ganando regalos hasta el día 31, cuando se convierte en testigo del amigo invisible, de los cánticos, los tooongos, los "Qué será, será", los "Lo puedes cambiar" y más de una vespa que también ha pasado por ahí.

Paso a los salones donde cuelgan los cuadros de unos señores que debieron ser el germen de lo que hoy pasa por delante de sus ojos pero que yo no conozco de nada y, aún diré más, me dan bastante miedo. Se me hace raro ver esas estancias tan vacías. Lo normal es que haya varios grupos con tertulias en marcha y tú decidas quedarte en la que más te convenga. Hasta que aparece un melenudo con su guitarra a animar el cotarro. De pronto reparo en la mesa donde están ellas. No pueden faltar en ninguna casa de abuela que se precie: las fotos de primera comunión. Qué monos, qué cariñas, qué engaño. Y más fotos...que si un licenciado, una viajera, uno en la mili, bodas con patillas, con gafas de sol, con edades próximas a la mía...

"Carmeeeen nos vamos" me giro y ahí está el cuadro que me inquieta y encanta desde pequeña. Es una niña con un turbante y una mirada penetrante. Me lo pedí en herencia hace años pero no veo mucho movimiento al respecto. Me tropiezo con la alfombra a la que tantas veces me relegaron por ser la pequeña. Una simple mirada o un "Carmen, al suelo" bastaba para dejar el comodísimo sofá orejero a un ser superior. Al jefe o a otro de tantos. En la cadena de mando no estoy muy bien situada.

Que el tiempo pasa ya lo sé yo, pero esta casa parece recordármelo en cada rincón. Ya en el salón la mesa principal tan necesaria y tan llena de comida y de gente siempre, el carrito del café en el que sólo reparo en Navidad pues es el lugar de postres y turrones. Los sofás donde todos hemos echado una cabezada pero donde lo de roncar hasta hacerse oír por encima de gritos y televisión es un lujo reservado para muy pocos. La mesa con la colección de pisapapeles que parece increíble que haya sobrevivido a los juegos de niños de 3 generaciones...y esa estantería con...más fotos!! Fotos sin coherencia, de todos, de ninguno, actuales y de antes, de los nuevos con los que nos babamos...Van poblando el mueble porque alguien las deja un día y ahí se quedan. También hay papeles antiguos, con letras antiguas y nombres antiguos, libros de texto con anotaciones que al mostrárselas al propietario, se quita las gafas, lee y sonríe. Y un rincón para orígenes de nuevas familias. Retratos, ya en color, de las nuevas bodas. Aquí soy yo la que sonrío pensando en lo bien que lo pasé en cada una de ellas y en lo bien que se han escogido las nuevas adquisiciones.

"Carmeeen vaaamos!!" "Vooooy" Nos vamos a tomar el aperitivo que es una costumbre muy sana. Salimos por la puerta 4. Volveremos a comer 19. Ya sabía yo que verla tan vacía no iba a durar mucho.