VIVIR DOS VECES

Estar lejos de casa es un dolor. Por eso intentas venir para no olvidarte de las cosas buenas que tienes a 600 km de distancia. Así que vuelves a Vigo que se vistió de azul con un Sol que decidió acompañarte hasta la playa. Esa que soñabas cada día alcanzar como dice la canción. Y como te dejaste el móvil en casa, la desconexión es total y literal. Intentas dormir y encajar el puzzle que es la noche anterior. Desistes. Atiendes a la conversación de "candrejoz y caztillos" que tienen al lado. Y te preguntas si tú de pequeña eras tan peliculera como la niña del traje de baño rosa o tan pringui como la del amarillo. Bendices tu mala memoria porque te hizo olvidar todo lo malos que pueden llegar a ser los niños. Tocas la arena, mojas los pies (más no se pudo), das un paseo por la orilla y te vuelves en moto por esa carretera con el mar acompañándote a la izquierda y las Cíes al fondo. Un viaje que es una de esas pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena.

Te tumbas en la cama de padres donde te dejan estar cuando no se convierte en parque de atracciones para Martina y Roque y entre visita y visita del señor de gafas oscuras para decirte que "Vives como Dios", o de la señora que calceta para ofrecerte cosas ricas de comer y decirte que "No te voy a vivir toda la vida", ves esa foto tan mítica de la comunión de Manu. Debió ser una de las primeras de los cinco juntos.

En cada familia hay alguien que se encarga de retratarla a lo largo de los años. Yo no recuerdo a mi tío Ángel sin un un objetivo delante de las gafas. Siempre listo para captar momentos que luego plagarían paredes y estanterías en casa de la abuela. Supongo que de él aprendí a estar atenta para que no se te escape ese beso de un hijo a un padre o esa conversación tan animada entre primos.

Ahora que tenemos tantísimas fotos en el móvil puedo revivir esos momentos cuando estoy lejos, así que soy la encargada de decirles que se queden quietos, que voy a congelar el tiempo.

Y es que eso es exactamente lo que me gustaría hacer. Quedarnos en esas comidas de sábado en las que hay que hacer turnos para vigilar a las dos ratas que a finales de año serán cuatro.

Mi familia crece y yo trato de documentarlo. Para que dentro de unos años alguien vea cómo éramos ahora. Cuando dejamos de ser cinco porque los niños empezaron a multiplicarse, los abuelos empezaron a chochear y cuando nos hicimos tan mayores que hasta la pequeña pudo invitarles a comer.

Para que a ese alguien le salga la misma sonrisa que a mí al ver esta foto de cuando el señor de gafas oscuras no lucía ni una cana y ninguno teníamos la menor idea de cómo serían los siguientes 30 años.

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Habrá que seguir haciendo fotos, pues. Para vivir lo bueno dos veces.

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VOLVER A MADRID

Ahora ya sí. Se acabó el mes de transición. He vuelto a Madrid. He dejado mi casa y mis llaves. He repartido cajas y maletas. He vuelto por tercera vez a la ciudad en la que cada despedida creo que será la última.

Tiene sus cosas buenas. Dejar la vida de freelance hace que ya no pase tantas horas al día sola con el riesgo que ello suponía para mi salud mental. Pero echo de menos esos momentos. Ahora estoy demasiadas horas rodeada de demasiada gente. Gente que pasa por la calle. Gente en el metro. En el ascensor del trabajo. Caras desconocidas. Yo saludo, claro. Pero es gente que no me importa. A ver, si les pasase algo me daría pena. Pero no me importan. La gente que me importa no está conmigo el 90% del tiempo. Y eso es algo con lo que tengo que vivir. 

Así que me toca estar conmigo. Aguantarme todo el día, como antes, y aguantar a otra gente.

Pero es que estaba muy bien donde estaba. Estaba en casa. Y como en casa, en ninguna parte, se suele decir. Bien, pues había conseguido tener mi casa. La primera de total independencia. Aunque técnicamente mientras el señor de gafas oscuras me siga pagando el móvil seguiré dependiendo de él, de su bondad y de su poco interés por investigar en las facturas de Movistar.

Además esta casa estaba cerca de mi antigua casa. Eso está bien porque por mucho que la señora que calceta me diga que “No te voy a vivir toda la vida” yo sé que ella está ahí para esas cosas de las que mi vida no depende pero que en la práctica, la hacen mucho más fácil. Que si un tupper, un desayuno continental, un vestido a la tintorería, un remiendo en un pantalón, encontrar las gafas, darme las llaves de repuesto porque a mí se me olvidaron dentro…

Pero sobre todo, esta casa estaba habitada por dos seres a los que ya quería y a los cuales ahora simplemente venero como las señoras devotísimas que van a misa los domingos y rezan a sus santos con una fe que queda fuera de toda perturbación. A mi San Diegas y a mi San Boryi que no me los toque nadie.

El primero, ante la aún lejana posibilidad de irme, en una de esas tantas noches en las que acabamos cerrando último local y abriendo el nuestro propio a quien quisiera venir a desayunar y a hacer uso del sofá, me rodeó con el brazo y me dijo que iba a estar muy triste. Diego a esas horas es un hombre de pocas pero contundentes palabras. 

Con ambos acabé otra de esas noches alegres en ese mismo local en el que tanto pasa y tan poco se recuerda. Haciendo una exaltación de la fraternidad y de la convivencia primil que hizo que se me saltasen las lágrimas. No es este un hecho difícil y tal vez necesito un fontanero pues tengo goteras a menudo, pero fueron inevitables ante el deseo de ambos del hundimiento total de la empresa que hoy me paga y por la que me tuve que venir al centro. De esta forma me vería obligada a volver a Vigo. A mi vida cómoda. Con ellos, claro. Porque si vuelvo, será con ellos. 

Y “a quién le vamos a robar ibuprofenos?” y “a quién voy a despertar?”“a quién vamos a comprar hummus y tentar con pedir Burger?” 

Me gusta cuando al cabo de un tiempo tienes cogido el truco a un piso. Cuando te acostumbras a sus habitantes y a sus pequeñas particularidades. Sólo entonces estás realmente en casa. A menudo la basura estaba llena de restos de comida basura y había cientos de tuppers con sus respectivas tapas naranjas por la cocina. En el lugar de la lavadora, una tina llena de botas de fútbol y espinilleras me recordaba que vivía con deportistas de élite. La nevera no cerraba bien y me convertí en una auténtica maestra en el arte de regular el grifo con el pie cuando al agua le daba por salir de repente del infierno y a continuación de la Antártida. 

Yo estaba muy bien ahí. Pero me hicieron saltar a un tren en marcha casi literalmente e irme. Sin tiempo para dudar. Lloré hasta Zamora. Después se me pasó. 

Así es Madrid. Intégrate o desintégrate. Volvieron de golpe los madrugones, los empujones, las prisas. Las horas perdidas recorriendo la ciudad para llegar a una casa que aún tienes que hacer(te). Sabiendo además que es todo temporal. Otra vez. Porque mi casa está en Vigo.

Hoy puedo decir que estoy encantada. De verdad. Pero se me partió el corazón al dejarlos. A mis dos guardaespaldas. A mis amigas de diario que seguirán siéndolo virtualmente y a las que, con suerte, una vez cada mesypoco volveré a abrazar. Me da muchísima pena pensar que me voy a perder cada nueva palabra de Martina y cada nuevo descubrimiento de Roque. No me gusta que mis padres vuelvan a ser voces al otro lado del teléfono y no estar en esas comidas de los sábados que servían para medirnos los pulsos y los tiempos. Pero “es lo que hay”. Y “es lo que hay” es una frase que odio.

Recogí las últimas cajas, metí en la maleta los abrigos, despegué las últimas fotos de la pared y el calendario de septiembre. Ponía “septiembre se va y tú te quedas”. Pero era mentira.

Volví para apagar la luz. Ese ya no es mi cuarto.

Aquí nadie me dice “Prima qué?” Pero aún así sé que seré feliz. La resiliencia es una buena cosa.

Tiene gracia que haya titulado esta entrada “Volver a Madrid” cuando en realidad es un “Hasta pronto, Vigo

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LLEGAR A CASA (II)

Así como el súper 2 en las copas es un gran invento, el 2x1 en barras de pan es una cosa cruel. Yo sólo quería una barra (y debería haber sido media) pero ahora tengo dos. Por un euro. La compra para uno es imposible y triste. El gazpacho es de tetra brick y el pan se regala aunque no lo quieras. Piensas que el hambre del mundo tiene solución mientras dices que no quieres bolsa. Vuelves a una casa vacía y un amigo te pregunta si ya la quemaste. Bueno, te lo dice con un dibujo de un fuego y un interrogante. Menuda imagen. Pues no, la casa donde crecí sigue en pie y soy la ama y señora del mando a distancia. Me duermo en el sofá porque entre tantos canales siempre hay alguna película y no hay señora que calceta para mandarme a la cama. Ocupo el lugar del señor de gafas oscuras y desde su perspectiva me reencuentro con unos rayazos en la mesa que hice hace más de 20 años. Y aunque se está muy bien, de aquí me iré pronto. Al veraneo de verdad. Al de pueblo.

Dormiré cerca de la plaza de abastos de Baiona, donde los tomates no tienen pepitas y huele a peixe. Y a mar. Ese mismo mar que veo desde la autopista reflejando una mancha amarilla a la que le ha dado por aparecer. No sé hasta cuándo. Aquí, en el Oeste, el Sol se deja caer cuando le da la gana. Y nunca sabemos por cuánto tiempo. Pero cuando viene se queda durante más horas que en el resto del mundo y nos regala las mejores despedidas que existen. Parece que quisiera compensarnos sus ausencias como un padre que trabaja demasiado. 

Vuelvo a echar un vistazo al Val, que de Miñor tiene poco. Con días así dice mi prima Marta que es el mejor lugar del mundo para estar. Y tiene razón. 

Pero por ahora vuelvo a casa con el gazpacho de mentira. Vuelvo a cortar el pan con las manos aunque tengo el cuchillo al lado y a  tomarme la miga esponjosa y deliciosa para que entre en la tostadora. La miga es la mejor parte. Si quieres que hagamos buenas migas, la vida, como el pan, siempre con mucha miga.

Por si acaso, desenchufo la tostadora como haría el señor de gafas oscuras. Pero sabes que es un gesto absurdo y de autoengaño porque vas a volver. Porque aún tienes mucho pan. Y mucha miga. Porque la sociedad de consumo te ha obligado a traerte dos barras a casa. Claro. Menudos sinvergüenzas! Eres una víctima. En fin, con suerte tu fuerza de voluntad aparecerá y dejarás algo de pan para desayunar mañana.  
Y con mucha suerte el Sol brillara, mañana…

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NOS CRUZAMOS

"Aquel invierno de 2014 que no paró de llover, os acordáis?"

Y claro que me acuerdo. Las prisas, ponerse el abrigo por el pasillo, el paraguas, la fiambrera en la puerta, los cascos rojos y a la calle. Al paseo matinal previo a entrar en un coche y luego en un sitio cuyas escaleras están muy gastadas en los primeros escalones y muy poco en los últimos. Será que los trabajadores vamos pisando con menos fuerza a medida que nos aproximamos al aparato que pita dos veces cuando la huella es correcta y que en mi caso falla siempre varias veces.

Tendrás mi identidad pero jamás sabrás quién soy.

Pero antes me encuentro con los rostros de todos los días. Los de esa rutina que a base de conocida, se convierte en placer. Rutina, rituales, reconocer y reconfortar. Para que no nos mate tan rápido.

Me cruzo primero con la niña, bueno, chica, bueno, jovencita pelirroja que espera en su portal con el móvil y los cascos. Como yo. A mi derecha dejo el árbol donde siempre hay un ramo de flores porque algo trágico sucedió hace muchos años. Y ahí está ese ramo que atan los que se quedaron. Para recordar. Para recordármelo todos los días.

A continuación llega el chaval con cara desconcertante que está en esa época en la que sus facciones de semihombre no se corresponden con su cuerpo de niño. Sus cejas pobladas darán que hablar seguramente pero acompañadas del acné y de la prominente nariz, nos da un resultado picassiano en tiempos en que las niñas suspiran por el David de Miguel Ángel. Con él mido cuán tarde llego. A veces solo y a paso ligero, otras con un amigo, riendo o, como hoy, dándole la lección mientras sujeta el libro. Esa estampa me la conozco.

Paso por la baldosa que me recuerda la dejadez humana y llego al cruce. Como es largo, dura poco y el muñeco verde tarda en volver, siempre se ve a gente corriendo para no quedarse en el medio del los dos pasos de cebra, con la marea de coches a un lado y al otro y tú condenado a esperar en esa isla desierta, viendo el objetivo cerca sin poder alcanzarlo.

Cruzo y me coloco al borde de la acera, en posición. En posición de esperar a Guillermo y a su conducción nerviosa porque, como de costumbre, llega tarde. Es uno de los mejores momentos de día porque lo hago con una Banda Sonora que, aunque aleatoria, siempre aplico a alguna situación vivida o, en la mayoría de los casos, inventada.

Llega el padre con cara de boxeador e incipientes entradas con su niña pequeña en el carrito y su niña mayor con la coleta perfectamente peinada y un lazo enorme perfectamente puesto. Quién le iba a decir a él que acabaría rodeado de rosa hace unos años.

Un paraguas que va por alto me da una sin querer. Los tetris con estos aparatos son complicados. No hay señales de "Dejen salir antes de entrar" como en el metro. Debería ser algo como "Si va por la derecha suba el paraguas y si va por la izquierda agachese", como los aviones. Pero no ocurre y las colisiones son constantes.

Un padre espera en el paso de cebra y limpia la cara a su hijo con un gesto cariñoso mientras lo protege con su paraguas. Le habla y le da un beso pero el chaval, como todos cuando fuimos niños, no le presta atención. Tiene la mirada perdida, supongo que pensando en lo que le va a contar a su compañero de pupitre, o en cómo evitar que el matón de clase se meta con él, vaya usted a saber. El mundo de los niños puede llegar a ser mucho más hostil que el de los adultos. Entonces se gira hacia mí y le observo. Tiene una ligerísima malformación. Mi perspectiva de ese beso, de esa mirada y de esa situación tan común entre padres e hijos cambia. No tendría por qué, pero es así. Observo cómo cruzan al ritmo de la cojera del chaval. "Suerte", le digo para mis adentros. Ojalá no la necesite. Y sé que su padre va a estar ahí.

Entonces llegan mis personas preferidas de la mañana. El abuelo que lleva a su nieto enano al cole y a su nieta aún más enana en la silla. Me imagino a esos padres dejando a los niños empaquetados y a ese patriarca encargado de tan magna misión. Y es que el enano en cuestión tiene las piernas muy cortas y anda de milagro. Cuando no llueve, la niña va con medio cuerpo fuera de la silla observando cómo su hermano se queda rezagado en medio del cruce y a su abuelo le da un microinfarto. Insiste en que se agarre a la barra de la silla o le de la mano. Una de dos. Coge la barra, porque él no necesita a nadie, y sigue adelante. Con sus pasos pequeños de persona pequeña. Pero a su lado va alguien grande. Bravo abuelo. No se acordarán de esto. Pero tú sí. 

Si levanto la vista me topo con las grúas típicas del skyline vigués y si vuelvo a la acera veo niños con pantalones cortos aunque caigan chuzos de punta, algún cadáver de paraguas en la basura, un chaval con esguince, muletas y chancla a 4 grados, padres trajeados cargando mochilas diminutas de Cars o de Hello Kitty (encantando a las niñas desde los 80, vaya éxito oiga!), hermanos mayores hartos de que el pequeño vaya 10 pasos por detrás siempre distraído, paraguas enanos a la altura de mi cadera que van a su bola "a mí no me toques que voy la mar de bien aquí en mi mundo bajito" y otro coche que se para delante de mí entorpeciendo el tráfico matinal. Una madre rubia oxigenada baja apresurada y deja a un niño de unos 7 años en el asiento de atrás. Recuerdo cuando era yo la que esperaba por mi madre. La banda sonora de entonces era la radio y el "tic, tic" de los intermintentes.

Llega el coche blanco que casi me atropella cada mañana. Con sus pegatinas, su línea amarilla y su bigotudo conductor cuya maniobra me hace retroceder hacia las mesas con cenicero-concha de vieira de la cafetería Vence. Como si fuese una orden. Cada mañana, Vence. Veo al señor que espera en la barra como Penélope en la estación. Supongo que a que pase algo.

Lo que pasa es que llega Guillermo. Se acaba el ritual. Empieza uno mucho menos entretenido.

Ha estado bien, nos vemos mañana.

HABLEMOS DE…LAS BALDOSAS DE LA CALLE

Esto de caminar tiene muchas cosas positivas. Que sí, que ya lo he dicho muchas veces pero hasta que no tenga la L en mi poder es lo que me toca y vistos los gritos de Milucho de hoy "Esta no es forma de llegar a un cruce!!" "Carmiña si no ves, pon la primera hombre!!" "Pero está lloviendo ahora acaso??" seguiré en el coche de San Fernando un tiempito. Pero además ya lo decía Machado,

Caminante no hay camino, se hace el camino al andar,

así que en esto estamos, en hacer el camino. Sin adelantarnos a los acontecimientos pero adelantando a todo peatón viviente porque la gente camina muy lento. Y lo cierto es que la calle tiene sus cosas. Hay gente en la que te fijas y de repente se ríe sola. Y es un momentazo porque piensas de qué se habrá acordado para reír por la calle, así, casi sin querer? Hay cachitos de conversaciones que te van a hacer sonreír, otras levantar las cejas y otras decir "Sí, te entiendo, pero tu amiga tiene razón". Aunque esto últimamente no me pasa porque voy con banda sonora propia en modo aislamiento ya que la vida con música se parece más a una película. Y yo de peliculera tengo bastante.

Pero la cuestión es que camino y muchas veces lo hago mirando al suelo. No es que esté triste, simplemente bajo la mirada y ahí están…mis queridas baldosas. Quién, a ver quién no ha jugado a no pisar la raya? Y lo complicado que se pone cuando son las piedras irregulares de un casco viejo? o el darse por vencida al entrar en una calle adoquinada? Da igual que debajo esté la playa, con los adoquines no hay forma. Hoy día aún no he conseguido desengancharme del todo de este juego infantil e inocente. O tal vez no tanto. Que se lo pregunten al parvo de mi hermano Manuel cuando se jugaba la vida porque venía el autobús y él, en su recorrido imaginario hacia el colegio, tenía que ir pisando la línea amarilla…

Mirar hacia el suelo tiene sus peligros, como el chocarte con farolas (dato completamente hipotético…o hipatético más bien) y a veces te encuentras con cosas desagradables. No hablo de los productos derivados del mejor amigo del hombre, que también..sino de esto.

Valórese la búsqueda en Google Maps.

Qué ven aquí? Yo veo el símbolo de la dejadez humana.

Por qué? En serio por qué la persona que depositó esa baldosa lo hizo mal? Es porque no se dio cuenta de que seguía un dibujo? Imposible.

Vamos a ver, señores, no es que yo esté muy de acuerdo con las decoraciones urbanas, es más, en su mayoría me parecen bastante terribles, sobre todo en Navidad, pero en la ciudad olívica allá por los... no sé 70? alguien decidió que las baldosas de nuestras calles tendrían surcos (por la lluvia, bien, aplauso) serían blancas y rosas (en honor a nuestra bandera? no sé, puede) y cada 5 metros, para entretener al transeúnte, se pondría esta especie de dibujo geométrico. Pues vale. Pero aún iría más lejos! el mismo rotaría 45º en el sentido de las agujas del reloj. Bien. Es complicar la vida a los operarios que tienen que colocarlas…pero vale.

Hay que valorar estas cosas. Aquí hay un trabajo. Estoy segura de que alguien se preocupó. Alguien pensó. Alguien diseñó. Mejor o peor, ahí no entro pero aquí hay un trabajo. "

Qué es tu padre?

" "

Es diseñador de baldosas de calle

" Pues muy bien por él!!

Pero un día, un día aciago para este señor, un desalmado llegó y cuando hubo que reemplazar una de las baldosas de su creación lo hizo MAL.

No sé. Hay cosas que nunca entenderé de la humanidad pero vivo con ello. Como que a veces ni tres personas consigan dar con el principio del celo, que mi madre siempre encuentre las cosas (no, no me vengan con que es "porque busca bien" porque hay cosas que no estaban, no-es-ta-ban y de repente están) o que la gente siga empeñada en utilizar la Comic Sans.

Pero esto…esto se escapa a toda razón. No estoy hablando de que por necesidad rellenen con una baldosa blanca porque no tienen la pieza correcta sino de que la tengan…Y LA PONGAN MAL!

Dolor es lo que siento. El ser humano es extraordinario. Para lo bueno y para lo malo.

Pero la vida sigue. Mañana volveré a pisar ese dibujo maltrecho, Milucho volverá a gritarme por soltar el embrague demasiado rápido y el cielo seguirá abriéndose sobre Vigo cual castigo divino.

Y, aunque esto es una teoría personal, creo que la culpa la tiene el tipo que puso la baldosa mal.

VOLVER CON LA FRENTE MARCHITA Y EL ALMA TAMBIEN...

Pero primero fui. En autobús. Y no un autobús cualquiera, en el auténtico Autobús de la Muerte. Y paré a las tres de la mañana en la mítica, decadente y sucia estación de servicio Los Perales. Con frío. Con lluvia. Después de haber rezado sentada en mi plaza que no fuese ese gigantón que caminaba de lado y con dificultad por el pasillo el que se sentara a mi lado, ni esta señora con pinta de querer dar conversación...en realidad recé por que nadie viniese y pudiese tumbarme a mis «anchas»...pero no fue así. Un chico normal se sentó y no me reclamó que el asiento de la ventana era en realidad el suyo (En mi defensa diré que la numeración era confusa)


Y llegé a una no menos decadente estación de autobuses viguesa a las 5 y media de una noche de Halloween en la que los whatsapps de mis amigas se fueron alejando en el tiempo y en la comprensión. Tentada de quedarme en el Mondo, me fui derechita para casa. Extrañada por no encontrar nada que rascar en la nevera (luego me enteraría que el motivo fue que la señora que calceta no me esperaba esa madrugada sino la siguiente) me conformé con un poco de pan y a la cama. A esa cama-de-casa-de-padres donde tan bien se duerme con sábanas planchadas y muelles que no se clavan.
Y dormí mucho.

Dormir es un placer. Dormir sabiendo que al despertarte no vas a tener que limpiar la casa, poner lavadoras o pensar qué hacerte de comida (no llevando a cabo la mayoría de las veces ninguna de las dos primeras cosas y mal haciendo la tercera) es un placer al cuadrado.

Porque en casa se está más que bien. Esto lo he dicho muchas veces. Pero es que además resulta que era el cumpleaños de la señora que calceta y después de varias llamadas en código enmarcadas dentro de la operación «Compra el regalo» o, como le llamamos en casa, «Quién pone la pasta», nos llevó de cena de lujo en restaurante donde, para variar, hablamos más alto que el resto de mesas. Pues muchas felicidades para ella, creo sinceramente que descumple años como nadie.

Y si pasamos por delante del Karaoke hay algo dentro de Santi que le lleva a decir «I don't want to miss a thing» y Manu se da por aludido y baja las escaleras cual estrella en el backstage, sabiendo que va a tener al público entregado. El público en este caso era escaso pero de calidad a la altura de la actuacion tantas veces vista y que nunca decepciona. Cuando me tocó subir aquí a la tercera en discordia, me encontré con un jurado con taburetes giratorios y un Santi Bisbalizado haciendo los mismos aspavientos del propio hermano que tengo. Al parecer todos me querían en su equipo.
Una cuñada que se despide con un IMPOSIBLE de seguir «Don't stop me now» y yo creo que es lo más apropiado porque «I’m having a good time» Y tanto.

Tienes unas amigas que te esperan entre paraguas, porque en esta ciudad llueve. Pero lo hace con encanto (mentira). Lo hace de una forma que no nos impide hacer vida diaria...o nocturna. Recuerdo mis 16 y salir por la puerta hacia una tempestad mientras mi padre me tachaba de loca. Concretamente me soltaba su clásico «por menos hay gente encerrada»...pero era sábado. Era "el sábado". Ese día que en la adolescencia suponía ver cómo las ilusiones de toda una semana se quedaban en eso...o se rompían en pedazos...o, simplemente ¡pasaba!...y todo era como habías esperado...o tal vez no pero tú ibas perfecta para la ocasión. Aunque lo difícil sería lo contrario después de haber estado pensando el modelito desde el lunes y haberlo cambiado 5 veces esa misma noche antes de volver a la idea original. Ah! pero que ahora no haces lo mismo? A quién quieres engañar?

Pues al tiempo...y a la distancia. Si los engaño a lo mejor resulta que en lugar de 600 son 60 los kilómetros que me separan de Vigo, de mi casa y de mis amigos. De una vida de fin de semana.

Aunque si me apuras, tengo por delante una semana de cuatro días y un pedazo de esa vida se viene a la capital para un fin de semana de pijamas, turnos para duchas, overbooking en el salón y resacas comunitarias...las mejores de su clase. Así que aunque vuelvas con el alma marchita algo sí que vas a engañar a la morriña...

 

 

 

 

VOLVER...RE-VOLVER

Parece que es oficial. Que vuelvo.

Y no es que lo haga descontenta...al fin y al cabo la primavera en Madrid es la mejor de las épocas y voy a aprender y a hacer cosas que me gustan. Cosas que me gustan mucho y que espero sean por fin y de una vez por todas "lo mío".

Porque las dudas están bien, y de hecho dudo mucho que me vayan a abandonar nunca...pero hay que decidirse. Hay que decir "Pues venga, p'alante".

Y esto es lo que hago después de unos meses en que ni hacia delante ni hacia atrás. Unos meses de demasiada reflexión y poca conclusión. Que ya sé...que el momento no es bueno, que todo el mundo ha pasado por esto, que ya verás, que sólo es un tiempo...pero no vale. No me vale.

Intento hacer cosas y mantenerme alerta porque es muy fácil dejarse ir cuando te levantas por las mañanas sin un objetivo claro. Y con la culpabilidad (sí, confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión) de no haber cumplido con lo poco que tenía que tener más que rematado. El carnet de conducir. Seguirá siendo asignatura pendiente, seguiré culpando a la genética por ello y seguiré sin saber qué decirle a la señora que calceta cuando me lo reprocha...

Pero ahora vuelvo. Y no sólo a la ciudad donde el mar no se puede concebir, a la que tanto juzgué y tanto me enseñó. Vuelvo a Madrid y en cierto sentido vuelvo a tomar las riendas de mi vida. Vuelvo a tener un objetivo y una ilusión. Que es un Master que me ha hecho endeudarme con el banco y despotricar contra el sistema educativo después de dedicarle 6 años de mi vida? pues si es el precio que hay que pagar por empezar una vida...filliña, "eche o que hai"

Y dejar Vigo. Parece que esto fue un aperitivo de lo que puede ser la vida en esta ciudad con microclima y macrofamilia. Dejar esas llamadas del Jefe para tomar un café o picar algo y al llegar encontrarte que ha hecho lo mismo con tus hermanos. Dejar esos desayunos Cósmicos, esas sesiones de patinaje y esas cañas Colegiales. Esas salidas nocturnas premeditadas sabiendo que terminarán con siestas mañaneras entre cañas y sandwiches. Esos "asuntos" de domingo viendo cómo se muere el Sol cerca de las Cíes, esas quedadas a las 8 que inesperadamente se convierten en despedidas a las 5 con unas cuantas barras de bar como testigo de conversaciones infames. Esas excursiones en coches donde la música parece hablar de mí y de todas y que nosotras contestamos cantando a grito pelado.

Parece que no tocaba todavía. No era el momento. Pero lo será algún día (esto último no sé si lo afirmo o lo pregunto)

Y dejar de pensar qué estoy haciendo y de actuar y reaccionar irreconociblemente a las cosas. Volver a ser yo y mi circunstancia y no dejar que las circunstancias se apoderen de mi yo.

Me voy. Triste por lo que dejo pero con ganas. Con muchas ganas de reencontrarme con Madrid y con toda esa gente que conozco y que me queda por conocer a 600 kilómetros de casa. Pero, sobre todo, con ganas de reencontrar y reconocer a esa Carmen del futuro de la que espero tanto.

CARTA DE UNA VIGUESA EN EL EXILIO

Vigo es mi ciudad y siempre lo será. Aunque la vida me lleve por otros derroteros, volveré y me sentiré como en casa. Porque Vigo ES mi casa.

Cuando te vas, la ciudad se ve distinta. Se siente lejana y surge eso que ya describió en su día Rosalía de Castro. Un sentimiento de morriña que te atrapa (y que no se empeñen en traducirlo. Morriña es morriña)

El vigués es el único ser al que se le permite echar pestes de su ciudad. O al menos así era hasta que empezó a ser bonita (bendito granito). No te consentimos que digas nada malo de ella. Somos capital de nada. La ciudad más grande de nuestra categoría. Los primeros en la lista de los sin título. Así somos. Ahí estamos. 

Recuerdo cuando en el Colegio Mayor me insistían en que pasaba más tiempo en Madrid...y era cierto, pero yo me resistía a pensar que la capital era mi nueva casa. Llevo sin vivir en Vigo (al margen de las vacaciones) muchos años, pero da igual. Vigo siempre será ese lugar en el que me siento bien. En el que me siento segura. En el que me siento en casa.

Y es que Vigo, o el viguismo, se lleva muy dentro. Es algo que he podido constatar con muchos vigueses en el exilio. Somos gallegos, españoles...pero por encima de todo somos de esta ciudad donde el mar sí se puede concebir pero tendrás que saltar unos cuantos astilleros para ello, donde la noche es canalla y salir a tomar algo un deporte. Donde somos tan chulos que plantamos un olivo y se convierte en el símbolo de la ciudad. Donde echamos a los franceses en esa Reconquista de la que cada año había que hacer una redacción para el colegio en la que no podía faltar el nombre de "Cachamuiñas" y que ahora se ha convertido en una excusa más para salir a la calle a celebrar. Porque es lo que nos gusta. Salir. A la calle.

Las rúas por las que pasan mi vida y mis recuerdos puede que no lleguen a 20. Yo soy de la zona de abajo y si hago un repaso me recuerdo escalando (y sí, digo bien, escalando) Manuel Núñez, yendo a los Multicines Centro o perdida por las callejuelas de Vinos. Haciendo botellón en el Nadador, mirando al mar desde Colón, descifrando el Sireno tan controvertido, la esquina de los cuatro bancos (que vaya edificios tenemos por aquí). Que quieres verde? pues nos vamos a Castrelos en donde tanto jugué con mis primos y al que tantas veces volví cambiando el balón por una litrona y el campo de fútbol por el escenario. La calle del Príncipe donde se juntan madres con niños uniformados, malotes, pijos, abuelos sin prisa y otros a los que les falta el tiempo. Mi centro. Las compras. Encontrarse. Y saludar. Sobre todo eso. Seguimos subiendo por Urzáiz y llegamos a la Gran vía, que junto con la madrileña me indujo a pensar que todas las Grandes Vías de todas las ciudades de España eran en cuesta. En ella encontramos El Corte Inglés. Si una amiga me pedía que la acompañase, suponía ir hasta el límite de la ciudad caminada. Mi límite. Vamos, pereza infinita. Después podía haber un barranco que yo no me enteraría.

Esto cambia con la llegada de Jacinta (mi vespa roja de pizzero) Con ella descubro el Vigo que está más allá de Bouzas...siguiendo las señales de "praias" con el sol y unas cañas en la Vela esperándome. Si Vigo es particular (como el patio de mi casa en el que jugábamos a la pita siendo "casa" las baldosas de distinto color) los alrededores son un espectáculo.

Algo muy de Vigo, a parte de Citröen (por ahora) y la zona Franca, es el Celta. Ya tuve ocasión de decicarle una entrada a este club que tanto me dio el año pasado en la Copa del Rey y que me sigue dando alegrías y tristezas, sufrimiento y sentimiento de equipo pequeño. Que lucha, al que le cuesta y en el que las victorias saben a sudor y lágrimas. Me acuerdo de aquel Eurocelta del que se dijo allá por un mes de febrero de hace diez años que era el mejor club del mundo. Y no era para menos. Me acuerdo de Balaídos con pipas, camisetas, cuernos de vikingos y un color, el celeste.

La vista desde el puente de Rande es inexplicable. Emulando a Espronceda (que me perdone) diré que Vigo a un lado, al otro Cangas y allá a lo lejos, las Cíes. Las bateas de mejillones que casi parecen estar decorando esas aguas donde unos galeones se hundieron hace muchos años a manos del pirata Drake y que una calle en Londres todavía rememora. (Si pasas por allí y ves a alguien haciéndose una foto en el cartel, ya sabes de dónde es)

Vigo es muchas cosas. Mucho más de lo que he escrito. Se podrían dedicar mil palabras a cada uno de sus rincones. Porque es una ciudad que se vive en la calle.

Pero Vigo no hay uno sino muchos. Hay un Vigo por cada habitante. Uno por cada turista que llega en transatlántico, uno por cada estudiante que regresa y cada trabajador que se va a dormir lejos del centro. Por cada noche de fiesta, por cada padre desvelado. Hay un Vigo por cada caña con vistas al mar. Por cada día lluvioso, por cada baño, por cada playa, por cada espera en la parada del Vitrasa, por cada empanadilla del Carballo, por cada regateo en el mercado da Pedra. Hay un Vigo por cada adolescente que crece en sus calles. Un Vigo por cada antro, un Vigo por cada vez que alguien dice ser de esta ciudad y la defiende con orgullo cuando está lejos. Uno por cada vez que despotricamos de las obras.

Es Vigo. Cabes tú. Cabemos todos. Y quien la visita, lo sabe. Porque de Vigo se es...pero de Vigo te haces. Porque es imposible no ser fan de esta ciudad. Industrial, fea, granuja, celtista, juerguista, bonita, grande, ruidosa, dinámica, pequeña, donde no sales a pasear sino que te vas "a la calle". Donde se sale siempre...pero no se entra.

En poco tiempo volvemos a encontrarnos. Pero esto no es nuevo. Porque a Vigo siempre se vuelve.

Y es que como ya dijeron los Siniestro Total versionando un gran tema haciéndolo muy nuestro, "Miña Terra galega, donde el cielo es siempre gris...es duro estar lejos de ti"

Vigo es muchas cosas. Vigo es muchas casas. Entre ellas, la mía.

Porque si me preguntan de dónde soy, yo siempre respondo que soy de Vigo.

Y AHORA A LLENAR BALAÍDOS

Que si ya da todo igual? Pues claro que no!

Hombre, si me lo preguntas ayer, con una cerveza en la mano, unas pipas a modo de cena/pasatiempo, un incipiente frío húmedo que nos hacía sentir como en casa a 600 kilómetros de ella y unos nervios previos como "había tempo non sentía"...pues sí, ahí te diría: "ya da todo igual...Estamos aquí, qué más queremos?"

Lo único que pedíamos era continuar vivos. Y vaya si lo consiguieron!

Se empiezan a escuchar unos tímidos "Hala Celta!" y muchos "hombre, tú también por aquí", "claro j... hay que animar!" y ya entramos.

Y el Calderón no es el Bernabeu, lo admito, pero tiene un "noséqué" que hace que el tipo del pelo rojo de mi lado me diga: "Qué grande, otra vez aquí"...y yo sonría y mire al frente, al Frente atlético claro, que dan miedito y se hacen notar como nadie.

Salen esos chavalines al campo, pita el inicio y en la radio no dejan de hablar del Atleti. Y así, como quien no quiere la cosa un penalti claro y un golazo. Agarrones, saltos y bufandas al aire. NO ME LO CREOOOO!!! MARCAMOS!! MARCAMOS!!!

Poco duró, pero lo más difícil estaba hecho... "yo me conformo". Pero cómo íbamos a suponer que este equipo con nueve canteranos iba a jugarle de tú a tú a un Atleti desarmado, faltón y desesperado. Porque aquello señores era un festival. Que si toque, toque, toque...uy Que si otra llegada al área, otro córner. Que si la vuelven a perder los rojiblancos y "esto Paquito debe ser Balaídos, hay un equipo de primera que son los de azul claro y otro de segunda" decía Lama. CELESTE, hombre! Somos los de celeste y estamos en el Calderón jugando al FÚTBOL. Así, en mayúsculas.


Qué bien! Empacho de pipas, labios cortados, me van a tener que amputar varios dedos de los pies pero da igual porque resulta que en la radio ya se habla menos del Kun o Jurado y más de Aspas, Trashorras y Michu. Y ya se recuerda que "el Celta juega bien tradicionalmente", que "en segunda no gana porque no tiene un rematador, pero cómo juega chico!"..."Que Eusebio viene del Barça"..."Pero cómo está jugando este chaval en segunda!" y mientras tanto "o Celta é a h... imos a gañar!"...

Empatamos pero supo a victoria. El Celta volvió a ilusionar, a enamorar como en sus mejores tiempos. En el campo juegan otros, en la grada animamos los de siempre. Los de Vigo. Los que pensamos que Mostovoi es mejor que Cristiano Ronaldo. El Celta está en segunda pero ayer fue de primera.

Hoy se me cayó todo el café y tengo mucho que estudiar. Pero da igual. Porque ayer me fui afónica y contenta a la cama. Porque mi equipo de toda la vida había dado una lección. Porque estamos lejos del mar pero somos muchos. Y porque el fútbol tiene muchas cosas malas pero otras muchas buenas y si consigue unir y alegrar como ayer, sólo puedo dar las gracias por este deporte.

SEMPRE CELTA.

LAS AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN QUE:

Las Navidades perjudican seriamente la salud.

El primer síntoma aparece cuando resulta que unas inocentes cañas-reencuentro-un-martes se transforman en unas no-tan-inocentes-copas a unas todavía-menos-inocentes-horas. Será el espíritu navideño que nos empuja a las calles para compartir con el resto de las gentes la felicidá, (á, á, á á) del regreso al hogar? Será que mis amigas tienen cuerpo de J? Qué será, será? La cuestión es que estaba en casa.

A continuación descubres que la señora que calceta ya no es tu madre, sino que es tu madre-navideña. Esto supone estrés. Mucho estrés. Porque resulta que en la comida del día 25 "somos 30, y yo el 24 trabajo, y no llega con dos solomillos, y hay que ir a buscar los centollos, y no cabemos!!!, y hay que mover los sofás, y si pongo a 18 en la mesa grande?y dónde coloco a los niños? y, claro, compré bandejas de tirar que son más cómodas y después cada uno se sirve su café"...preparar, elucubrar y conspirar para que servidora llegue tranquilamente a casa el día 23 a las 20:00 horas y se encuentre la mesa de Navidad ya puesta. meu deus!!

Y si resulta que esta noche es Noche Buena, saca la bota María que me voy a emborrachar. Pero si empezamos a las 2 de la tarde, malo. Cañismo, Ostrismo y felicitaciones. Ahí estábamos familiares y parientes varios compartiendo moluscos bívalvos. Alguno pidió una docena de ostras y le dieron 10, el mismo que ante mi preocupación por las toxinas me respondió: "ya que estás tómate 15, no pruebes una y vaya a ser la mala!" En fin, que en 4 horas había una cena y no se daba un duro porque ninguno llegase en condiciones.

Pero lo conseguimos. Y aunque venía la abuela, no hubo temor de Dios. Y los de siempre, los de antes, los del fondo norte comenzamos con los vítores, los brindis, los "oé, oé, oé", las servilletas por el aire y los cánticos varios que contagiaron al fondo sur de la mesa (ese en el que se sientan los señores importantes con sus respectivas Garcías Senra). Espantada general para beber un estupendo vaso de agua aderezado con un Neobrufén 600 y ya estamos listos para más. "por favor, solo os pido que mañana estéis decentes que tenemos comida en casa" "hombre jefe!! cuándo hemos fallado?" (silencio)

Noche Buena-Buena Noche. Se cambia la letra de sonrisas y lágrimas, se juega a password, se comentan las cenas, se advierte al hermano mayor que debe irse a casa pronto (caso omiso) y se nota que cae en jueves y que si el 25 es viernes y el 26 en Sábado...no hay más que decir....TRI-PLE-TE....que somos una ciudad de pecadores donde no se respeta ni el naciemiento del niño Jesús.

Navidad, resacosa Navidad...Había tráfico en mi salón. Y camina mirando al suelo no vayas a pisar a alguno de los pequeños seres que corretean por ahí. Mucha gente. Tanta gente. Mucha comida. Tanta comida. Y mucho niño. Tanto niño. Regalos, juguetes y el hermano del medio tiene la brillante idea que abrirles el Tragabolas que no hace nada de ruido...PUG LAMUG DE DIÉ!!!

Pero qué bonito...noto que me hago mayor viéndolos a ellos, a la siguiente generación, que qué riquiños que son!! Navidad es un día al año y aunque agotador, son los vídeos que hago este día los que me emocionan cuando estoy sola y lejos. Tengo una gran familia y da gusto.

Luego toca la parte materialista de las fiestas. Qué me gusta a mi abrir regalos eh? La señora que calceta ya no espera a que vengan los tres tipos de Oriente. Poca magia queda ya en el 112 de García Barbón. Pero estoy más contenta que un niño con zapatos nuevos (y es que cayeron varios pares) además de trapitos varios. Sin embargo uno de los presentes que más estoy utilizando vino de rebote. A la tía Toya le indignó que se lo diese su señor marido, pues a éste se lo habían regalado a su vez. Parece que es una de esos que van de mano en mano y nadie quiere hasta que llego yo y digo "pero si es la bomba". A ver, es una de esas mesas para portátiles con cojín por debajo (y con asa y todo), que a mi me viene estupendamente para no quemarme las rodillas. Estoy encantada con mi regalo de rebote. GRACIAS TÍO JACOBO!!

Cuánto llevo escribiendo?? pero qué día es??para tanto han dado ya estas fiestas??pero si queda muchísimo!!!

En fin. En próximas entregas veremos si la que escribe llega al 2010 (porque me temo que a este ritmo no voy a durar mucho), si los apuntes empiezan a subrayarse solos y si mi padre me deshereda por "maricona playera".

Vivan las vacaciones!!!. Viva Vigo, su noche y sus gentes!! Viva la Navidad!