ADIÓS A GARCÍA BARBÓN

Hace unos días me mudaba y decía adiós a la casa donde nacieron mis hijas. Hoy me despido de Garcia Barbón, el hogar que fundaron Pita y Manolo con sus 7 hijos cuando volvieron a Vigo desde Barcelona. 

Empezaba ahí una historia que se ha ido escribiendo a varias manos con el paso de los años, los matrimonios, los nietos y 24 bisnietos hasta la fecha. La última incorporación una Guadalupe Brandón para seguir la estirpe.

El viaje empieza con el ascensor antiguo y sus 3 puertas que hacen clack antes de empezar a subir y ver los pisos pasar. Un alucine. Al llegar al cuarto siempre te recibe alguien. Hasta 7 niños esperaban con la nariz pegada al cristal o sentados en el enorme baúl del descansillo la llegada de Lola para jugar con el nuevo muñeco de la casa.

Llegas al hall que acogió amigos invisibles eternos pues se sucedían los “qué será, será” y los “tooooongo” entre 50 entregantes. A la derecha los salones de recibir visitas en los que se han vivido polémicas, llantos, guitarreos, bailes improvisados de niños y sobre todo muchas discusiones acaloradas que terminan en sonora carcajada cuando algún tertuliano se pone en pie para soltar la barbaridad definitiva. Normalmente este ser era el señor de gafas oscuras.

Si sorteas a los varios niños jugando a la pelota o haciendo montañas humanas, pasas al salón donde al principio cabíamos sentados y desde hace años hubo que optar por hacer “buffet” porque no hay sillas ni mesa que nos soporte y porque en esta casa nada nos gusta más que comer dónde y como se pueda. Eso sí, a todas horas. En ese salón se ven las Campanadas (algún año incluso hemos tenido que interrumpir la cena para tomar las uvas), y una explosión de amor familiar se desataba con la llegada del nuevo año. Yo soy de las que siempre suelto alguna lágrima pero qué quieren que les diga, es emocionante sentirse tan querida, tras tanto abrazo y con tantos buenos deseos por parte de tíos y primos para el nuevo año. 

En el pasillo se juega. A las cartas y al fútbol. Si antaño era mi padre o la tía Marta quien nos rogaba “parad yaaaaa!!!” hoy me veo a mí reprendiendo a las nuevas generaciones cuando pasa alguien con una fuente de comida y tiene que sortear un balonazo o tratar de no pisar a algún infante. Como me comentaba mi tío Manuel con su habitual ironía “no te esfuerces, si total van a acabar todos en la cárcel”

En la cocina se está siempre a plena actividad. Siempre hay alguien comiendo, algún niño pidiendo, alguien fregando, alguien poniendo carne en el horno o el tío Manu preparando sopa de ajo. En hora punta, cuando se abre la veda de la merienda/cena, se hace cola para llegar al consomé. Antes valía con una empanada y desde hace tiempo la Señora que calceta se queja que no llegan 3. Con la empanada no se juega. Ni con los Felipe II, ni con el cava…la realidad es que se acaba todo. Hasta las fuentes de macarrones que se hacen “por si acaso”. Somos, como decía, de comer a todas horas.

Los armarios del pasillo que esconden joyas de décadas pasadas. Vajillas antiguas, fotos en blanco y negro de niños que hoy son abuelos, smokings y vestidos de fiesta para jóvenes debutantes en salidas de fin de año noventeras. Hace años se complicaba encontrar hueco el día 1 en las camas para recuperar el sueño perdido en la última noche del año pero después había Olimpiadas Navideñas y todos participaban a pesar de la resaca. Hoy esos mismos primos buscan el hueco para dejar hijos caídos en combate tras tanta excitación. Hubo años en los que se contaron hasta 9 carritos con los consecuentes “quién llora? Es el mío?”

El teléfono fijo, artilugio vintage que servía para felicitar el año a familiares y novios en la distancia y los baños en los que no es raro tener que hacer cola y más de un “quién me liiiimpiaaaaa??” se ha escuchado por aquí.

Las habitaciones que antaño acogieron confesiones de primas coruñesas y santanderinas se llenaban últimamente de niños jugando a las tinieblas pero se siguió respetando siempre la de la abuela. Allí donde le dio aquel primer aviso la vida mientras se ponía los tacones. Ya nunca volvió a subirse a ellos pero aún pudimos disfrutarla 9 años más en los que no dejó de fumar BN ni dejó un instante de ser “la Jefa”. Fueron años de fines de semana en Garcia Barbón, de tertulia, cartas y sobremesas que se juntaban con cenas. Así son las Brandonadas. Así eran los fines de año y así se celebraba San Manuel.

Son tantos los recuerdos que se amontonan en mi cabeza… los pisapapeles del abuelo a prueba de juegos de niños de varias generaciones, la mesa de las fotos de comunión, el rincón de las fotos de boda, las carcajadas de la tía Marta, la tía Guada regalando a todos los sobrinos nietos, y aquel año que disfrazó a todas las niñas de flamencas, las carnes de la tía Cris y sus cigarrillos furtivos más allá del puente de Rande, el tío Carlos siempre de pie y el tío Javier con la pierna cruzada y el cigarro en la comisura del labio preguntándome “y tú qué opinas”, mi padre en pie diciendo que era ya hora de hablar de sexo y la tía Yoya poniendo los ojos en blanco, el tío Manuel hablando de la mediocridad humana y yo misma discutiendo hasta quedarme afónica defendiendo el papel de la mujer, el tío Manu tocando la guitarra, Yolanda a varias voces, las tartas de la tía Ana, las colas en la cocina para la recena, las conversaciones, las risas, los ronquidos en el sofá, cantar “al entrar fulanito en Madrid con la copa en la mano” a cada nuevo miembro que se une a la familia, el espejo del hall, el tío Ángel haciendo fotos por familias, el cuadro de la niña con turbante, los retratos tétricos de los bisabuelos, la figurita de los novios de porcelana, el búho con cabeza de plata, las bolas rojas del árbol, la foto del abuelo, el cuadro de las manzanas, la butaca de la abuela…ay! La abuela…

Pero como decía la tía Guada, a ella no le hace falta llevarse nada para recordar a sus padres. Y es cierto. No importa que no vayamos a volver a Garcia Barbón, aunque me haya hecho ilusión que mis hijas hayan pisado al menos esa casa que tanto significa para nosotros. Pero es que homenajeamos a Pita y a Manolo en cada xuntanza. Porque los vemos a ellos en nuestros padres y los recordamos con nostalgia al pensar cuantísimo disfrutarían al ver a estas nuevas generaciones de Brandón creciendo como lo hiciéramos sus padres, como una auténtica piña. 

Nuestra historia no la escribe una casa sino las personas que la habitamos. Por eso no me cabe ninguna duda de que la nuestra, la de los Brandón, tiene aún muchos capítulos por delante. Me muero de ganas por vivirlos. Los recuerdos que genero con mi gran familia y la expectativa ante la próxima reunión es de lo mejor que tengo en la vida. Gracias abuelos por semejante regalo!