RÍO MUCHO/LLORO MUCHO

Río mucho.

Con una expiración de nariz y una sonrisa o con una exhalación y la boca entreabierta. Pero sobre todo río como un camionero que se llama Manolo. A sonoras carcajadas.

A veces me sale una risa de hiena cuando algo me hace mucha gracia. O más bien cuando algo que no tiene tanta gracia me hace mucha gracia. Me río de la tontería que tengo encima.

Me río en alto con series como Seinfeld, The office o Paquita Salas. Recuerdo reír hasta que me dolió la barriga con “Un funeral de muerte” y mi compañera de piso tuvo que venir a mi cuarto a preguntar si estaba bien.

Me río con Lola y Guada. Río para que ellas se rían. Porque la risa, como los bostezos, es contagiosa. Y cuando no me río en directo, sonrío como una imbécil al ver los vídeos de ellas haciendo tonterías.

Río con el chat de amigas. Si la risa produce arrugas las pantallas llenas de “JAJAJAJA” envejecen más que tomar el Sol sin protección.

Sonrío a la gente que me cruzo por el garaje o con las que comparto cola simplemente porque están en la misma zona que yo. Y también sonrío sin excepción a las personas con las que coincido en el baño.

Me río cuando me meto con la gente. Lo hago a menudo porque es mi forma de demostrar cariño. Me quedo con la sonrisa perenne cuando me están contando algo guay. Cuando me dan una buena noticia. Cuando felicito a alguien. Cuando ríen conmigo. Cuando cuentan un chiste malo. Risa de apoyo siempre.

Río a carcajadas con memes absurdos, con tweets graciosos, con stikers de WhatsApp y recordando anécdotas. Ahí río con un gesto entre el llanto y la risa.

Río con Mauro. Con él. De él…río todos los días.

Río cuando se meten conmigo mis hermanos. Primero me hago la ofendida así que me sale una mueca extraña al apretar los labios y tratando de aguantar la risa.

Me río con la ironía. Con las cuentas que se ríen de los influencers. Me río con la gente que se ríe de sí misma. Esa gente siempre en mi equipo.

Me río cuando me caigo y estoy de buen humor. Si estoy de mal humor puede que llore. Pero es que la línea entre el llanto y la risa es difusa.

Ambas expresiones se dan cuando se vive algo con intensidad y a mí en general me da por vivirlo todo así. Intensitamente.

Lloro mucho.

Lloro con vídeos de esos hechos para que se te haga un nudo en la garganta. Los de la gente que oye por primera vez, los de hermanos que se conocen, los de abuelos que se reencuentran.

Lloro con los anuncios de Navidad. Con el final de Cinema Paradiso. Recuerdo que lloré a mares en los cines Princesa de Madrid con el final de “El amor bajo el espino blanco” pero a mares. Compungida.

Lloro cuando veo a alguien llorar. No falla.

Lloro cuando muere un personaje que me gustaba en un libro.

Lloro cuando discuto.

Lloro mucho cuando estoy cansada. Agotada más bien. Cuando me desespero de no dormir y no veo nada claro. Ahí se me emborrona todo.

Lloro cuando reconozco que he hecho algo mal.

Lloro cuando mis hijas están enfermas.

Lloro cuando le digo a alguien que le quiero mucho. Cuando alguien que quiero mucho lo pasa mal. Ahí lloro lo que más.

Lloro cuando recuerdan imágenes de la pandemia. Con noticias de la guerra. De emigrantes que no lo consiguen. De niños en el medio del conflicto.

Me emociono cuando voy en la moto hacia el trabajo y veo a padres dejando a sus hijos con discapacidad en el autobús. Tanta entrega. Qué difícil.

Lloro al hacer las paces.

Lloro de rabia a veces. Porque no me explico cosas o no me entienden. Lloro de purita impotencia. Lloro de decepción. Lloro cuando explico una situación que me ha parecido injusta.

He llorado por perder la cartera. De estas lágrimas no estoy nada orgullosa.

Lloro con las historias de superación.

A menudo lloro cuando escribo. Al describir a gente o situaciones que me provocan emoción.

A veces lloro sin querer. Queriendo evitarlo. Temblándome la voz. Tratando de mantener la compostura. No porque crea que llorar es malo sino porque sé que hace sentir incómodo al interlocutor. Pocas veces lo consigo.

He llorado de noche, de día, en el trabajo, en reuniones de amigas, en pareja, en familia, en casa sola y también delante de mis hijas.

Lloro mucho. Hay gente que dice que no vale de nada. Yo en cada lágrima libero tensión, ahorro terapia y sé que estoy un poco más cerca de volver a reír.

Porque no falla.

Lloro mucho. Pero luego siempre río.

Río y lloro mucho.