DEDICADO A C1849BSW

El día que Jacinta desapareció sonó A Whiter Shade of Pale en la sala de espera de la Policía.

Siempre me pareció una canción propia de un triste y gran final. Y este lo es.

No quiero ponerme melodramática y hacer de esta pérdida algo que no es...sé que es simplemente una moto (o era, porque a saber que han hecho con ella a esta alturas) Que no pasa absolutamente nada, que la vida sigue y que las cosas materiales son eso, cosas. Pero esto no quita para que esté triste. Porque algún desalmado se llevó mi moto dejándome sin compañera de trayecto contra viento y marea...lluvia, y nieve. Daba igual. Con ella siempre.

Todo empezó hace algo más de 6 años. Un 31 de diciembre de 2006 tomé las uvas rodeada de gente que sabía un secreto. Mi moto estaba esperándome en el portal y yo no lo sabía. Mi moto estaba esperándome en el portal y cuando me dieron el casco yo no me lo creía. Y aún no me lo creo. Qué espectáculo. Todos bajando por las escaleras con vecinos que abrían las puertas para curiosear a qué se debía semejante estruendo. Pero es que a la niña le habían comprado una moto para llevarse a Madrid y así descubrir una nueva ciudad sin límites temporales ni perecísticos.

El 2007 empezó sobre ruedas como bien me dijo mi prima Marta

Madrid con Jacinta fue otro. El metro te acerca a zonas, partes, calles de la ciudad pero no consigues conectarlas. Sales de debajo de la tierra y estás en un sitio pero no sabes de dónde vienes ni a dónde vas, como los Siniestro Total. Aunque lo cierto es que ya motorizada me siguió pasando durante algún tiempo porque no fueron pocas las veces que acabé en la Castellana para conseguir orientarme...pero callejear con Jacinta era muy divertido. Me descubrió un Madrid que no se ve desde la acera. Un Madrid que pasa a cámara rápida desde el centro del asfalto con sus edificios engalanados y majestuosos que parecen darte la bienvenida o con sus calles adoquinadas y laberínticas en las que tienes la sensación de perderte. Y lo hacías. Pero acababas llegabando al destino. El final del viaje siempre estaba en el mismo lugar: delante de la puerta. Te bajabas y ahí la dejabas. Te ibas con la seguridad de que al salir estaría esperándotese para llevarte al próximo destino. 

Hasta que un día no estuvo.

El día que Jacinta apareció no me lo podía creer y lloré y di las gracias muchas veces.

El día que desapareció solté alguna lágrima de frustración y de pena y pensé que me habían robado una parte de mi vida...como a Perales.

No es el fin del mundo. No es tan grave. Es una moto. Pero era mi moto. Mi moto cascada, rayada y muy amortizada.

La señora que calceta, del gremio motorístico también ella, me consuela diciéndome que ya habrá otras Jacintas. Pero no es cierto. Tendrán otros nombres y otro aspecto. Pero como esta ya no habrá otra. Porque siempre será mi primera moto. Una vespa, roja, pequeña y molona que respondía al nombre de Jacinta y a la que muchas veces la califiqué como "de pizzero" debido a su corta cilindrada. 

El señor de gafas oscuras dormirá mucho más tranquilo. La cuenta que pagó aquel día le salió mucho más cara que las tres botella que hicieron falta para convencerlo. Casi sin querer había accedido a que su niña, su niña pequeña fuese en moto por Madrid. Cuando volvía a Vigo se empeñaba en darme dinero para un taxi con tal de no cogerla. Pero los veranos con Jacinta suponían viajes a la playa a menudo con paquete y a 30 Km/h. Eran más bien paseos contemplativos animándola en las cuestas pero agradeciéndole enormemente su servicio y, sobre todo, que nos evitase el autobús.  

Y esto siguió siendo así hasta que llegaron los carnets de conducir...para todas menos para mí.

Hay quien verá esto como una señal definitiva para que me lo saque de una vez...pero yo creo que debo guardar un tiempo de luto. 

El día que Jacinta desapareció, yo dejé de ser algo. Dicen que un camino para encontrar lo que eres es descartar lo que no eres. Pues bien, yo ya no soy una motorista...pero espero volver a serlo algún día. 

Me dedicaré a andar que dicen que es muy sano, barato y bueno para el medio ambiente. Y si de una vez por todas llegara el calor, irremediablemente extrañaré ir por la Castellana casi vacía, una noche de verano en manga corta y cantando a grito pelado...y si no lo hace y llueve de manera incoherente como ayer, pues me acordaré de cómo me calaba con ella.

Jacinta ha dado la talla. Ha cumplido con creces su servicio. Me ha hecho la vida más feliz y Madrid era un sitio mejor sabiendo que ella estaba ahí. Era la verdadera vespa especial que me quitaba problemas.

El robo de Jacinta me deja unas llaves, un casco y muchos momentos que no habrían sido posbiles o iguales sin ella.

Y también una conversación para el recuerdo:

 - Esa es tu moto?

 -Sí

 -Qué chula!

 -Ya.

Como si de una madre babosa se tratase. 

Pero es que Jacinta molaba. Molaba mucho. 

Adiós Jacinta! Te echaré de menos! Y gracias por todo!

POR ELLAS

"Ella hace todo. Y todo lo hace bien" Fueron las palabras de Mario Vargas Llosa a su mujer, Patricia.


Esta frase resonó en mi cabeza durante días. Y es que la aplicaría a tantas mujeres. Ellas trabajan, cuidan, evitan desastres, apagan fuegos, reinan en lo cotidiano, líderes en lo inesperado, con tiempo para todos, menos para ellas...abuelas, tías, madres. Mujeres, mujeres, MUJERES.

Siempre he pensado que si hiciera algo digno de dedicatoria, lo haría a las mujeres de mi vida. A esas dos abuelas, a esas hijas de Manolo e hijas de Florencio que me han enseñado lo que soy. Por su puesto a la señora que calceta, la primera en la línea de fuego, la que todo lo sabe y todo lo encuentra. Y también a mi tía María Teresa. Ella me vio la primera. Ella supo que ya siempre sería "la niña". Ella llamó e informó al señor de gafas oscuras. Ella, la profesora, la rebelde, la culta, la rojeras, la conversadora, la que hablaba cargada de razón, la que luchó. Y luchó. Hasta el final.

Todas me han acompañado en mi evolución. Las he escuchado hablar, charlar, criticar y discutir desde las cosas más importantes en la vida, hasta los puntos del revés de un patuco o el ingrediente secreto de un asado. Algunas veces a hurtadillas, otras con un "hay ropa tendida" por el medio. Yo atendía. En silencio. Y aprendía.

Ellas son una piña. Trabajan juntas. Con sus más y sus menos, que tenemos grandes personalidades por aquí, pero con sentido del humor y sobre todo con el sentido que es menos común de lo que su nombre indica.

Se habla. Se discute. Se ríe. Se comparte. Se ayuda.

Las Navidades se acercan y de nuevo la maquinaria se pone en marcha: pela, corta, friega, trae, lleva, compra, sirve, hornea, recoge...todo funciona gracias a ellas.

Mis abuelas primero, mi madre y mis tías después. Ellas son las que han hecho y hacen girar el mundo. Mi mundo.

Sin desmerecer a todos los hombres, muchos de ellos geniales, que pueblan mi vida, ellas mandan. Ellas me enseñan el día a día.

Ser mujer es difícil. No es victimismo. Es un reto que aceptamos encantadas. Y que, por suerte, las que me rodean, superan con creces. Qué señoras. De todo tipo y condición. Cojo una pizca de cada una y sólo espero estar a la altura. Porque, sin querer, me han enseñado lo que significa estar ahí y ser la pieza más importante del puzzle, sin que se note.

Puede que nos deslumbren las grandes personalidades, los personajes incomprendidos. Pero con los años, una se da cuenta que el verdadero encanto está en otros. En esos papeles que mantienen y dan ritmo a la obra. Destacar dentro de una coral es difícil. Ellas lo consiguen. Sólo hay que ver un poquito más allá.

Ellas hacen todo. Y todo lo hacen bien.

Graciñas.

MAESTRO

Tengo una profesora de las que pretende que terminemos las frases...

"Entonces se iniciará el proceso de..."

(sonido de grillos...)

"eje..."

"ejecu..."

"ejecuci..."

"ón"

"exacto"

Y tiene la muletilla "conforme?" La dice unas 66 veces por clase (contadas por alguno al que no le apetece coger apuntes)

Pero me gusta. Es una cincuentona moderna y gafapastosa que me copió un vestido. Se echa la culpa a si misma si no entendemos algo y contesta pacientemente a todas la preguntas, mostrándose interesada incluso por aquellas ante las que dan ganas de poner los ojos en blanco, suspirar y continuar dando la clase como si no hubiese pasado nada.

Realmente ser profesor de universidad mola. Mola mucho. Creerte que estás preparando a las futuras generaciones que van a levantar el país. Pasearte por la tarima, mirar al horizonte y ver cabecitas agachadas anotando lo que dices por el micrófono. Coger la tiza y lanzársela a algún alumno que esté hablando. Vale esto no pasa ahora sino en el colegio...pero qué puntería tenía el mamón! Tener un depacho, chavalines a los que atormentar a preguntas, ver el miedo en sus ojos y continuar impasible pensando que "lo haces por su bien" Corregir cómo y cuándo te de la real gana sin importar que acabes de discutir con tu hijo y vayas a descargar tu ira contra González Martín Javier, o estés algo chispa después de unas cervecitas y te compadezcas de González Martínez José. Qué más da, si en la revisión vas a seguir teniendo razón!...

Están muy bien valorados los profesores universitarios. Tal vez demasiado bien.
En mi sexto año puedo asegurar que me sobran dedos de una mano para decir cuáles me han dejado huella como se supone un "maestro" debe hacer. Sin embargo recuerdo a la perfección a esos que me enseñaron lo más básico: A leer los cuentos de "Pepa y Misi", a sumar "llevándome una", a dividir con decimales, a saber cuándo es Objeto Directo. Qué gran paso supuso el que "Marugenia" me dijese que ya podía escribir con boli. Pero con el cartón de Enri debajo del papel "porque si no resbala" Gracias a Luz sé que en galego son masculinos "cal, cárcere, costume, couce, cume..." José Ángel hizo que nos entregásemos al trabajo del Quijote, cual proyecto de fin de carrera. Sesé me enseño toda la Historia que aún recuerdo hoy día, Sor Argentina te daba clases de refuerzo si no entendías la probabilidad, y era una gran defensora de la energía nuclear (una monja muy moderna ella) aunque para cura moderno, Colunga, que nos dio a Nietzsche con tanta pasión que me hacía preguntarme cómo es posible que siguiese creyendo. Y tantos otros momentos clave en mi vida de los que sin darse cuenta han sido protagonistas.

Tengo grabados en la retina a todos mis profesores de Primaria, ESO y Bachillerato. Ellos me enseñaron mucho más allá de los libros. Ellos me marcaron.
Pero no es tan guay decir "soy profesor de 2º de Primaria"

Esto es una gran injusticia. Reivindico el papel del maestro de escuela. Del de verdad. Del entregado a sus alumnos, del que cada septiembre se enfrenta a un grupo nuevo de chavales que pasarán por sus clases con más pena que gloria y que luego se irán de su vida.

Que no crean que se les olvida, que no caigan en el error de pensar que su trabajo es banal. Del primero al último de esos seres que se sientan en los pupitres recordarán toda su vida su nombre y lo que les enseñó. Y en más de una ocasión, será mucho más de lo que puedan imaginar.

Gracias.