El jueves comienzan los 8 días de Oro de mi vida.
Son 8 días en los que me juego mucho. O que todo vaya a ir bien o que todo empiece mal y acabe peor.
No quiero aburrir enumerando todas las cosas que tengo/debo hacer, entregar, estudiar, revelar, pintar, esculpir, subrayar pero aseguro que son muchas. Luego mi padre me repite que todo eso me parecerá una tontería comparado con las obligaciones que me esperan pero yo no le creo (nota para mi yo del futuro: espero que no seas tan asquerosa como para contradecirme y querer volver a esta situación porque te recuerdo que lo pasas francamente mal, se te hace todo cuesta arriba y te tiembla el ojo) (nota para quien le interese: el ojo me ha dado una tregua…pero la zona de conflicto se ha trasladado a la boca donde la muela amenaza con soltar su potencial armamentístico contra la encía)
Y lo peor de todo es que además es justo en esos 8 días en los que caes en la cuenta de que hay margaritas donde antes sólo había hierbajos. Y es que llegó Mayo y trae consigo una brisilla cálida que hace que ir en moto sea un placer. Falta menos para que abran la piscina y vuelvan las tardes tirada en el césped, los cafés de después de comer con el sol dándote en la cara, el color blanco en la ropa, las noches al aire libre, los días largos que te hacen olvidarte de la cena, las cañas en las terrazas, falta menos para que vuelvan esos días de junio, después de exámenes y antes de irte a disfrutar del verano, en los que Madrid es el paraíso.
Falta menos pero aún falta.