UNA HISTORIA DE AMOR (4)

Observó cómo se levantaba del asiento del autobús con sumo cuidado para que no se le cayesen los papeles enrollados. El 46 era la línea que recorría la Ciudad Universitaria y llegaba hasta las facultades de Bellas artes y Arquitectura así que debía ser arquitecta o artista. Esos rollos tal vez fuesen planos de un bonito edificio o apuntes llenos de desnudos. Llevaba gafas y una camiseta de rayas marineras sin mangas, vaqueros gastados y sandalias. Hacía mucho calor y su piel transpiraba levemente. 

Él prefería que fuese artista. No porque le gustasen más los caracteres inestables y los egos desmesurados sino porque se dirigía a estudiar a la biblioteca de Bellas Artes y podría contemplarla durante todo el trayecto. La biblioteca de esa facultad le gustaba mucho. Era pequeña y no había niñatas entrando en tacones. Le parecía un salón confortable donde leer tranquilamente más que un lugar donde ir a sufrir. Le hacía sentirse bien. Y esa chica, por extraño que parezca, también. No había nada que destacase en ella pero ejercía sobre él una misteriosa atracción. Tal vez fuesen sus movimientos delicados tratando de evitar el cataclismo. Algo tenía.

Llegó su parada y él también se puso de pie

Cuando el autobús dio un último frenazo ella se abalanzó sobre él tirando al suelo todos los rollos de papel. Se le cayeron la bolsa y las gafas. Cuando se recompuso no hizo más que disculparse. El autobusero le metía prisa así que ambos recogieron todo como pudieron. Un chico sentado a su lado le cedió una carpetilla con apuntes de una señora desnuda. "Artista. Lo sabía". Al bajar, ella puso todo en el banco de la parada y él la siguió. Ella aún no le había visto a la cara. Demasiado estrés. Demasiado bulto. Demasiado calor. Demasiada vergüenza. Cuando por fin lo vio través de las gafas, entre los mechones del moño deshecho que se le había quedado, sintió una mirada intensa. Le intimidó y volvió a mirar al suelo. Intentó arreglar todo rápido sin pensar en la mala combinación de ropa que había elegido justo ese día. Él le preguntó a dónde iba. Ella con una sonrisa tímida, señalando todos los papeles desordenados dijo "Así a ninguna parte"
Era varonil. Y muy alto. 

- Qué quieren?
- Yo una clara de limón - dijó él
- Yo una caña - dijo ella - Tal vez no fuese tan varonil después de todo, pensó.

Salieron tres o cuatro veces. A él le hipnotizaban sus movimientos. A ella su mirada. Hablaron, jugaron a los dardos, se acostaron y fueron al cine. Pero a la quinta cita se rompió el hechizo y volvieron a ser dos completos desconocidos a los que un accidente había unido. Siguieron por Facebook sus andanzas. Ella se graduó. Él se fue de viaje a Tailandia. Ella se casó con un chico de su colegio. Él tuvo una hija a la que llamó Claudia. Nunca más volvieron a pensar el uno en el otro. Fue una de esas historias que simplemente acumulas en tu repertorio de anécdotas que no te han marcado.

Pero durante unos instantes, en una parada de autobús, bajo un Sol de justicia, fue amor.