DESPACITO Y CON BUENA LETRA

Recuerdo que cuando era pequeña me gustaba experimentar con mis firmas.

Pasé del clásico carmen con la C subrayando al resto, a una burda copia de la de mi madre (lo cual debe ser genético, porque la de Manuel lo es de la de mi padre…) Hace poco volví a cambiarla y ahora es un garabato en el que se supone que pone carmen.

En aquellos tiempos en los que las tardes se pasaban tirada en el salón dibujando mientras de fondo se escuchaban los dramones de después de comer (en los que no faltaban secuestros, asesinatos o niños separados al nacer) cuando todavía no nos habían invadido los tomates asesinos, los cuéntaselo a Ana ni los está ocurriendo, practicaba yo mi caligrafía llegándoseme a conceder con el tiempo el título de “experta en letras”. Bueno, en realidad me lo otorgó la fan número uno de Giovanni Rana y sin embargo amiga, Blanca Berenguela pero yo me lo tomé muy a pecho.

Todo esto me vino a la cabeza después de acordarme de un día en el que mi hermano mayor de unos 16 años y yo de unos 8, competimos a ver quién tenía la letra más bonita, para lo cual escribimos cada uno nuestro nombre completo.

Evidentemente la de mi hermano era mucho más pulcra, igual y bonita que la mía (siempre tuvo bastante letra de niña, siendo esto un piropo, que conste)

Para decidir sobre el asunto acudimos al ser más serio e imponente que conocía yo en aquel momento sobre la faz de la tierra. Se escondía tras la fachada de un tipo con incipientes canas, tumbado en el sofá con un “chandí” azul marino con dos bandas amarillas a la altura del tobillo y gafas de pasta (de esas que ahora llevan los modernos y antes lo señores pensantes) Resultaba que ese tipo era mi padre y yo sabía que solía estar de mi parte.

Fui yo la encargada de preguntarle su opinión. Y lo hice con la mayor de mis sonrisas mientras sostenía el sobre del banco sobre el que habíamos desplegado nuestras habilidades. Se quitó las gafas y observó. Le miré. Me miró. Mi sonrisa empezaba a desaparecer. Volvió a mirar hacia abajo, pero creo que ya no miraba el sobre. ”Vamos! es fácil!” Me volvió a mirar con una media sonrisa y dijo: “la de Manuel

Me quedé helada hasta que la mueca de mi hermano me hizo despertar. Disimulé como pude y volví a practicar.

Ingenua de mi creía tener el juicio ganado antes de empezar. Sabía la verdad. Sabía que la de mi hermano era mejor y aún así probé a mi padre. Quise comprobar si era incondicional aún en el injusto.

Me equivoqué.

Se lo agradeceré siempre.