CONVERSACIONES DE SÁBADO POR LA MAÑANA

Estaba yo en una etapa muy zen. Muy de "empecemos septiembre bien". Pero un poco de mentira. Un poco autoconvenciéndome de que las cosas pasan y punto. De que bueno, "ya se verá". De que todo es más fácil de lo que pensamos y menos complicado de lo que lo hacemos. Y es cierto.
Hay muchas pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena. A diario. Hay muchas terribles cosas que nos tienen que ayudar a relativizar y a ver que estamos muy pero muy bien. Por desgracia, también a diario. Y sin embargo...

Me levanto un sábado por la mañana en esta casa donde sabes cuántos salimos pero nunca cuántos entran. En el salón me encuentro con un despojo humano que ha estado leyendo los libros que tenemos por el salón y dejándonos notas en la nevera a la espera de que su amigo se despierte. A falta de amigo, buena es una prima con la que tener una charla de mañaneo como si de las 5 de la mañana se tratase. A veces las mañanas no son tan tristes después de una noche alegre. O será que aún teníamos restos de oscuridad corriendo por las venas. O tal vez sea que al estar uno con la ropa de ayer y cara de no dormir y la otra en pijama, con un moño mal hecho y restos de rimmel en los ojos, poco había ya que nos obligase a mantener las formas.

Y de los "qué tal" "pfff pues así..." se pasa sin que te des cuenta a una conversación donde sacas una conclusión que te desmonta ese "ya se verá" al que últimamente recurres tanto. Y es que "Las cosas no pasan, las cosas hay que pelearlas" dijo con una cerveza en la mano. Y te lo argumenta. Y te lo crees. Y te unes a él rápidamente. 

Porque por lo importante, peleas. Peleas por la educación de tus hijos. Peleas, porque lo fácil sería dejarse llevar. Pero no lo haces. Peleas, dudas y vuelves a la carga con el único fin de hacerlos personas. Peleas por tu trabajo. Peleas por ti, porque se te reconozca, por estar contento con lo que haces. Peleas con los embistes laborales. Y aunque tienes la tentación de mandarlo todo a la mierda muchas veces, peleas. Y sigues. Peleas por cumplir tus metas. Por alcanzar objetivos. Por llegar. Por ser y por estar.

Peleas por las relaciones. Por todas. Peleas porque crees que merece la pena seguir con esa gente con la que has decidido compartir tu vida. Por eso les disculpas muchas cosas que no te gustan a tus amigos. Y por eso alguna vez le llamas la atención cuando ya está bien. Porque te importa. Porque una buena amistad merece la pena pelearla. Si te diese igual, no serían tus amigos.

No siempre es fácil en las relaciones. Peleas por ese alguien. Peleas porque te importa. 
Y claro que no puede ser una lucha continua. Y claro que debe estar equilibrado. Y claro que siempre hay dudas. Pero peleas por las personas que valoras. Peleas porque crees en él o en ella y porque crees en los dos juntos. A pesar de muchas cosas y gracias a muchas otras. Por eso peleas. 

Peleas por lo que quieres y lo que importa. 
Peleas por cosas y por personas. Sobre todo por las últimas. 

Y si no ganas, sales más fuerte.
Pero si merecía la pena, bien peleado está.