JOSECHU CURIEL

Se nos fue Josechu. 
Y con él la mitad que quedaba de esa pareja espectacular que formaba con Mariate.

Después de un mensaje corto, que no por esperado fue menos doloroso, la conversación se inundó de fotos y recuerdos. Y es que era imposible no querer al bueno del tío Josechu. El de la sonrisa perpetua y la palmada en la espalda. 

Imponente atleta que tan pronto jugaba al balonmano o al baloncesto y lo ganaba todo como iba con la selección de lanzamiento de jabalina porque entrenando en el campo de la lado, devolvió una e hizo tan buena marca que tuvieron que ficharlo. Capitán de la selección española de rugby, aún cuelga su foto en la cafetería del Colegio Mayor Cisneros donde viví un año y algún ex colegial me contó cómo se le recordaba por su simpatía y su inigualable carisma.

Aventurero total. Decía un compañero suyo que Josechu descubrió 40 años antes que él que lo de ser economista es un coñazo. Así que optó por ser eso que ahora llaman “emprendedor”. Regentó todo tipo de negocios: inmobiliarias, hostelería, toallas…Un visionario que, mucho antes de que llegase esta ola de la nueva cocina y las flores comestibles, se comía los geranios en su restaurante Charlot. 

Josechu cocinaba paellas para 100 en su querido Bouzas y el espectáculo no era lo buena que estaba sino verle mientras la hacía. Le echo un chorro de coca cola y te imito a John Wayne. Pásame esa peluca y si no hay cenicero a mano, no pasa nada que eso al arroz también le va bien. Nunca probé una igual.

Al tío Josechu te lo encontrabas a rebolos por el suelo jugando con sus nietos y no te extrañaba. Porque muchos años antes había hecho lo mismo con nosotros. Nos dejaba alucinados cuando se “hinchaba” el bíceps, o, a petición popular, se sacaba la camisa y se quemaba los pelos del pecho ante los ojos atónitos de los pequeños y los gritos de fondo de Mariate. 

Ay Mariate…la conversadora total, tenía en este un buen compañero de aventuras. Josechu y su sinfín de anécdotas que se encargaba de aderezar y narrar con todo lujo de detalles a cualquiera que se sentase a su lado. Josechu se liaba a veces. Y se aliaba siempre con lo mejor de cada casa. Créanme que semejante cantidad de aventuras no surgen sólo de día. Mariate esperaba. Y aunque a veces desesperaba, Josechu siempre volvía con algo que contar y esa sonrisa otra vez. Entonces quién se iba a resistir?

Josechu supo, como todos, que aquí estamos de paso…pero al contrario que el resto, hizo algo al respecto. Vivió la vida como le dio la gana. Y disfrutó de ella al máximo. Un adelantado a su tiempo, él decía que había nacido 30 años antes. Pues también te marchaste antes de tiempo, tío.

Con lo que le gustaba disfrazarse…tuvo que irse en plenos carnavales. 

Todos lloramos a Josechu. Como todos lloramos a Mariate. Porque en este mundo traidor en el que vivimos, ellos son de ese tipo de personas especiales, peculiares, con una personalidad fuera de lo común, que hacen que la vida sea mucho más divertida. 

Estoy convencida de que le aparecerá a Mariate, donde quiera que esté, y ella le preguntará que dónde se había metido. Él, optimista hasta la médula, le contará que se lió un poco pero que todo bien y todos bien. Sobre todo esos 4 hijos que nos dejan como testimonio de la pareja irrepetible que fueron y a los no podemos querer más. Y sin embargo para ellos no tenemos ningún consuelo. 

Adiós tío Josechu. Gracias por ser como fuiste. Dale un besiño a Mariate de nuestra parte y miéntele diciendo que estamos todos muy bien. Aunque os echemos de menos todos los días y nos hayáis dejado un vacío tan grande.

Os queremos. 

Hay familias y FAMILIAS. Qué suerte la mía. 

Hay familias y FAMILIAS. Qué suerte la mía. 

LA CHICA DE LA CAFETERÍA

La chica de la cafetería me dijo que tenía que pedir en la barra. Fue lo primero que dijo con esos ojos caídos y ese desdén que luego descubriría son marca de la casa. Yo así lo hice: "Un té verde con limón, tostada con tomate y un zumo de naranja por favor".

Había que supermineralizarse y multivitsminarse como Súper Ratón. Paso a la mesa y espero con mi libro. Es mi momento y nadie me lo va a arruinar. Pero vuelve. El desayuno es hasta las 13:00 así que te lo tengo que cobrar por separado. Ah! -le digo- y cuánto es?. Como si me importase. Llegados a ese punto me podía decir "Pues 1 millón de euros" que yo iba a pagarlos. Había venido a desayunar. Al margen de las promociones y al margen de su careto. Yo estaba muy feliz porque iba a empezar mi happy hour. Así que la escuché mientas narraba con ese desdén y esos ojos caídos lo que costaba cada ítem del pedido por separado con la mejor de mis caras (que sábado por la mañana no es que sea excelente, lo admito). Y con actitud bastante riquiña (porque a veces puedo llegar a ser bastante riquiña) le dije que no pasaba nada.

Y desayuné. Y no pensé un segundo más en la chica de ojos caídos. Y leí. Y reí. No lloré porque fue todo bastante simpático. Tanto en los chats como en el libro, donde el protagonista está reconquistando a la chica. Todo bien. Todo estupendo.

Llega la hora de pagar y me atiende otra chica con desdén. Ahí es cuando averiguo que es marca de la casa. Le digo lo que tengo que pagar. Por separado. Porque ya me había quedado claro que no era un desayuno. Que a las 13:30 no se desayuna. Y en eso no les quito razón. Y cuando me disponía a pagar la multa por desayunar a deshora oigo desde atrás la voz de la chica de ojos caídos que dice con su voz de desdén, mientras barre y mirando al suelo: "Cóbrale 3,35" Yo no es que sea un hacha en cálculo mental pero caigo en la cuenta que es una cantidad inferior a la suma de los ítems por separado. Me estaba cobrando el precio de desayuno. La miro. No me mira. Le doy las gracias. Sigue sin mirarme y dice "Nada"

Y me fui. 

Y no es que este encuentro haya marcado mi vida pero no puedo dejar de pensar qué cojones gana la gente con actitud de mierda...si al final va a ser riquiña! Séalo desde el principio, coñe! Que cuesta bastante menos que la diferencia entre lo ítems por separado y el precio del desayuno. Se lo aseguro. 

PAULINO RAMOS

Paulino esperó a que la chica se bajase y cuando desapareció por el portal instintivamente miró hacia atrás. Es algo que la gente del sector suele hacer. Muchas cosas olvidadas muchas veces.

Se percató que había un pequeño neceser. Alzó la vista hacia el portal pero ya era demasiado tarde. La chica había desaparecido. Alargó el brazo hacia el asiendo de atrás y lo cogió “Las mujeres…todo lo que llevan, hay que ver…” Pero había más. Lo que parecía un pequeño tarjetero blanco. Observó que estaba muy gastado. Se intuía el dibujo de una bicicleta y estaba pegado varias veces a modo de remiendo con celo y cinta roja de PVC. Lo abrió. Muchas tarjetas. De visita, de crédito, sanitaria, de Multiópticas, de Iberia…Por fin encontró el DNI. Era de Vigo. “Mi madre” pensó. “Estará aquí de visita? Y si tiene que viajar?” 

Con paciencia, bajó de su coche y en el portal hizo un cartel con lo primero que vio. El folio en el que se pedía a los vecinos que cerrasen la puerta al salir le valió. Le dio la vuelta y puso el nombre de la chica despistada que de gallego tenía más bien poco acompañado de un simple mensaje: LLAMA, URGENTE.

Paulino vio la hora y continuó. Había cumplido y aún quedaba noche por delante. 
“Dormirá y me llamará” pensó. 
Y esperó.

Pero esa llamada no se producía.

El día después de salir, la actividad se reduce al mínimo. Bajar a la calle? Sólo si es estrictamente necesario. O si te ha entrado remordimiento de conciencia cuando el sol se cuela en una habitación donde se intuye que la noche anterior fue larga. El viernes te aprovisionas para el fin de semana. Compras pizza por que te conoces, pero también ensalada porque crees que, a lo mejor, de una vez por todas, lo consigues. Dos buenos tomates y un bonito del Norte de los de bote que te sale más caro que haber salido a cenar fuera. 

La chica, o más bien la tipa, porque un sábado por la mañana no es chica, es tipa, comió su ensalada y se congratuló por el buen devenir de los hechos. Incluso lo contó a sus amigas. Lo bien que estaba a pesar de las horas anteriores tan oscuras y divertidas.

Paulino siguió esperando. Hasta que, preocupado por lo que pudiera estar sufriendo la pobre chica (para él aún no era tipa, simplemente era una chica bastante despistada) al creer que se había quedado sin cartera, decidió pasar a la acción.

En este punto de la historia tiene lugar una labor de investigación por parte de Paulino, que en su tiempo libre a lo mejor es investigador privado, que la tipa no tiene ni idea de cómo se desarrolla.

Entonces la tipa recibe una llamada hostil. 

“Apunta este número de teléfono” 
Y ella, como no quería problemas, lo hace. Se pregunta por qué hace caso al señor este que le lleva 8 años y al que tanto se parece. Esto lo piensa en dos milésimas de segundo. Y luego dice “Quién es?” "Es el taxista que tiene toda tu documentación" "qié dices??" "No te habías enterado? Eres la hostia" Se ve el señor este no conoce la regla de la no salida al exterior al día siguiente.

Paulino por fin recibió esa llamada.

La tipa le dio las gracias. Muchas veces. Con esa misma voz que pone de cuando quiere pedir perdón. Le llamó su salvador y le dijo que había gente buena.

Paulino le explicó todo lo que había hecho por ella. El cartel, buscar el número. Y le señalizó su preocupación “Claro es que tienes todo aquí yo pensé a ver qué hace esta muchacha” La tipa no se sentía digna de ese título de muchacha. Era una tipa. Estaba de resaca. Y cada flashback de la noche anterior la sumergía más en su tipez.

Paulino le explicó con mucha dedicación dónde vivía. Y ante el desconcierto de la tipa porque era la primera vez que escuchaba este lugar, se ofreció a llevárselo él mismo en su coche particular pues su turno ya había acabado. La tipa, que aún tenía un poco de dignidad, le dijo que ni hablar de eso, que salía para allí.

Cogió otro taxi y le contó la historia, claro. Porque a la gente buena, hay que anunciarla.

Paulino no quiso coger el dinero de la recompensa. 
Paulino devolvió la identidad y la chapa y pintura a la tipa que volvió a confiar un poco en su suerte*

La tipa, la que escribe, hoy ya un poco más cerca de ser persona, le está enormemente agradecida a Paulino.

Por ahorrarme el disgusto. Por ser más majo que las pesetas. Por darme su tarjeta. Por mostrar verdadero interés cuando le dije que le dedicaría un blog como pago por sus buenas acciones. Y porque, además, por una carambola del destino el señor de gafas oscuras no se enteró de nada así que también me evitó varios comentarios del estilo: “E-res-un-pu-ñe-te-ro-de-sas-tre”

Gracias Paulino Ramos!
Gente como tú hace que siga confiando en que hay que seguir confiando.

*La tipa se ha convertido, pocos días después de esta historia, en la única persona que conoce a la que han multado en el Metro de Madrid habiendo pagado el viaje. Por otra parte 2 días seguidos esta semana le saltó Juan Luis Guerra al entrar en el metro así que podríamos decir que la suerte de la tipa es algo cambiante…

 

ALGUNAS PEQUEÑAS COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA (VOL XXV)

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Volver a desayunar con los habitantes de mi antigua casa

Ese primer contacto del avión en tierra que por un lado es amargo y por otro un alivio

Pedirle un beso a Roque y que se acerque a ti y muy concentrado choque frente con frente

Pedírselo a Martina y que te eche los brazos y te lo de mojado y con onomatopeya “mmmmmmmua!”

El “ay” que se me escapa cuando escucho las primeras notas de la banda sonora de Star Wars y veo esas letras gigantes otra vez en la pantalla de un cine

Reunirse con los de verano en diciembre

Que Marta me cuente entre risas que de las mejores cosas de la maternidad es que que te da todo absolutamente igual. El sentimiento de culpa desaparece y haces sólo lo que te apetece

Cuando por delante de la luna llena pasan nubes y parece una película de terror antigua

Pesadilla antes de Navidad, que sigue siendo tan buena tantos años después

Mi bisabuela poniendo como ejemplo la calle de Vigo donde vivo porque sus aceras tienen un camelio, un naranjo, un camelio, un naranjo...

Pensar en todas las veces que volví a casa de padres por esa acera. Pensando en lo que pasó esa noche, viendo ese mismo socavón, esa misma baldosa mal colocada y bajo una medio lluvia tan viguesa

Que el camarero de la Trastienda me diga que hace mucho que no me ve. Que dónde me meto. Supongo que nadie le pide más tapas de queso por la cara

La doctora contando cómo a ella y a su novio los miraba la gente por la calle con sus jerséis navideños a juego. Las mujeres con expresión de “Qué mooooono" los hombres con un “Pobrecillo"

Cuando nos desprendemos de un grupo grande. Después de muchas horas. Y decidimos tomarnos una copa en petit comité. Y entonces empiezan las conversaciones de verdad

Que cierre la cremallera del vestido

Que la señora que calceta acierte siempre con los regalos y me ofrezca un caldito cada vez que llego a casa.

El cartel de mi portal, al que se le ha roto la N. Y el lugar de Feliz Navidad leo Feliz Vanidad

Y todas esas personas que decoran sus casas en estas fechas con tanto esmero

La gracia que le hace al jefe, cada vez que va al al baño de su cuarto y me ve tumbada en su cama viento la tele, decirme "QUEEE Piraña!!! Vives como Dios!!" Ca-da-vez. 

La sintonía de Farmacia de Guardia que me teletransporta automáticamente a mi infancia

Que Roque flipe cada vez que consigue apretar en botón del mando con su dedo rechoncho y al cambiar de canal me mira como diciendo “Mira lo que hice!"

Tradiciones como empezar el año con el Concierto de Primero de año de fondo

Y esas palmas en la marcha Radetzky que siempre motivan

Que Martina llame a su padre, a mi hermano, por su nombre de pila. Y que a él le haga tan poca gracia

Volver a coger la moto e ir a ver el mar

Escribir el discurso de la boda de Alvarez e Iru. Tan facil...

Leerlo, no tanto…

Volver a pintar. Volver a manchar. Volver a borrar. Volver a frustrar. Volver a elegir. Volver al color. Y a ese blanco salvador. Volver a firmar.

Que siempre, irremediablemente, haya la comida que haya el día uno enero, alguien diga “Pero de esto ya no queda??"

Los parches que me hace la señora que calceta en los pantalones, siempre con tela escocesa.

El cartel de led de Maracaibo que dice “Tu cafetería en la Alameda" y estar un día 1 enero pensado cuantas copas tomé ahí, en mi cafetería de la Alameda

Que David nos vea entrar en su bar y nos suba las copas sin que las pidamos y también los altavoces. Y entonces empecemos a poner y a cantar temazo tras temazo hasta que nos venimos muy arriba. Tanto como para que la gente de la calle se nos una. Tanto como para subir a una silla y que las otras tipas con las que me estoy dejando la garganta, me vayan poniendo banquetas a modo de pasarela y que milagrosamente no me caiga. Todas esas cosas hacen que la vida con mis amigas valga mucho la pena

Recordar cuando los Reyes eran verdaderamente Magos. Con aquellos niños que juraban haberlos visto y describían sus ropajes, esos otros que, ante la duda, creían firmemente pues cómo iban a tener sus padres dinero como para comprar tantísimos juguetes, o aquel que explicaba que claro que existían, porque a él le habían traído una hermanita. Esas dos copas de champán en lugar de 3 y aquellas tinas de agua para camellos. La emoción de esa noche y el canguelo de pensar que 3 señores iban a aparecer en tu casa. Y el miedo a que no hubiese absolutamente nada, como el señor de gafas oscuras aseguraba que le pasó un año. Entre todas, mi favorita es aquella compañera que me contó que Baltasar le había dado un beso porque por la mañana tenía negro en la mejilla. Se ve que el pobre hombre desteñía…

YO AL 2016 LE PIDO

Al año le pido que no pase muy rápido. Pero tampoco muy despacio.

Le pido que venga con buen tiempo cuando tiene que hacerlo y que llueva los domingos por la noche.

Que me haga chocarme con gente interesante. Que me mantenga tan ocupada como para no pensar en los que no merecen la pena.

Le pido planes divertidos. Y alguno de esos de 8 de la tarde sin previo aviso, aún con la mochila del trabajo y con cara de cansada. Esos que te hacen sentir que al menos has aprovechado ese martes que parecía tan ordinario.

Al 2016 le perdono las resacas por adelantado. Soy así de comprensiva.

Le pido que me deje ver a mis sobrinos y me haga estar en casa cuando llegue el nuevo.

Al 2016 le pido que la batería me dure más. La del móvil y la mía propia. Que los días malos me lleven al calendario y a base de cálculos concluir que son sólo cuestión de tiempo.

Eso le pido al nuevo año también. Tiempo. Justo un poco menos de del que necesito. Pues dicen que es la clave para conseguir cosas. No tener tanto como para perderlo. 

Al 2016 le pido espacio. Con luz suficiente para pintar, para ordenar y estar. Tanto en mi cuarto como en mi cabeza. Pero también le pido que la distancia no exista cuando piense en Vigo.

Le pido seguir con mi memoria selectiva.

Le pido hacerme un poco más vieja y, espero, un poco más sabia.

Le pido unos 30 a lo grande. 

Al año que viene le pido paz mental y alguna batalla emocional. 

Le exijo 366 días. Que no falte ni uno. Ya decidiré qué hago con ellos sobre la marcha. Por de pronto, seguiré tratando de ser feliz.

Pero en realidad, más que al nuevo año, todo esto me lo pido a mí.

Pues que tengas un feliz 2016, Carmen. Sólo depende de ti.

ALGUNAS PEQUEÑAS COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA (VOL XXIV)

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La gente que lee en el metro. Muy concentrada. Y se agarra con una mano a la barra y se balancea al ritmo del tren. Y tú piensas que no están aquí, apretujados en este vagón, sino muy, muy lejos.

Cuando el débil se sale con la suya

Los padres y madres que acompañan a sus hijos pequeños al colegio y cargan con sus diminutas mochilas

La señora de las castañas que me ve pasar con la maleta y me grita "A la playa! A la playa!!!Buen Viaje!!!"

El otro día, cuando sonó "Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid" mientras esperaba el metro

Una señora en el metro borrando concienzudamente el sudoku al tiempo que niega con la cabeza y chasca la lengua en señal de desaprobación

El violinista con bastante jeta que se me acerca y toca hasta que me saco los cascos y cuando por fin le hago caso empieza "Por una cabeza" y yo, claro, tengo que darle algo porque me ha alegrado el viaje

El hipnótico movimiendo del anticongelante en la ventanilla del avión mientras despegamos

La sobrecargo diciendo que como "conoce la condición humana" y sabe que alguien aún no lo ha hecho que por favor pongamos los móviles en modo avión

En el andén, una niña que va sentada al revés, me mira desde el vagón y me saluda con una sonrisa a la que le falta una paleta. Tiene una trenca azul con cuernos de las que molan. Se apoya en su madre y le pregunta las paradas que quedan para bajarse. Tiene acento andaluz y es puente así que debe estar de visita. Al irse se despide de todo el vagón. Pienso que a lo mejor es algo que deberíamos hacer más. Si me despido de los del ascensor, por qué no iba a despedirme de los del vagón? "Oigan, que yo me bajo ya pero espero que tengan una buena vida señores!"

El policía que se acerca a la sala donde estamos trabajando y dice que ya está bien, que ha pasado 6 veces por delante y cree que ya hemos trabajado suficiente, que por el amor de Dios, es Navidad! 

Y todas las veces que los americanos dicen "it's ok" y lo dicen de verdad

Escapada rural y al bajarse del coche mirar al cielo y ver millones de estrellas

Volar sobre el mar de nubes cuando está amaneciendo o atardeciendo y percibir la forma redondeada de la Tierra. Y al fondo esa línea que divide lo terrenal de lo divino

Cuando ves una ciudad desde el aire. Y todas esas pequeñas cajas. Digo, casas. Y alguna piscina. Y piensas en toda la gente que vivirá en ellas. Ajena a que tú les estés observando desde arriba

Esos momentos (no muy frecuentes) en los que eres consciente de que estás bien. Con el mundo en general pero sobre todo contigo

Que en un avión haya wifi

Que en un avión no haya wifi

Cuando el cocinero corta muy fino y muy rápido la verdura

Que por fin llegue esa barra que tanto tiempo llevas esperando en el Tetris

El cielo azulísimo de Vigo

Ver huellas en la nieve e imaginarse quién ha pasado por ahí antes que tú

Los jabones, champús, cremas, pastas de dientes y demás productos que fabrican en formato miniatura para viajar

Cuando en el baño hay jabón y el secador de manos funciona de verdad

Trivial y Gin Tonics

Los carteles en los que pone EXIT en rojo luminoso

Querer añadirle una "o" al final Y que señalen el camino del EXIT-O

Las pizarras con tizas

Cuando ves aparecer tu maleta en la cinta 

El color gris con sus millones de tonalidades

Cuando alguien te dice "te quiero" y no lo esperas

Saber que en pocos días vuelvo a casa como el turrón

La historia detrás de La Chacona de Bach que tan bien cuenta James Rhodes en Instrumental

TEN CUIDADO

Estoy sentada en un Vips deleitándome con un desayuno americano como premio porque me han perdido la maleta. Para quien no haya estado nunca, es un lugar que suele estar lleno de gente y concretamente de gente pequeña, de niños amantes del ketchup y el azúcar, con las mesas muy, muy juntas pero sirven rápido y la calidad precio es buena. 

A mi lado se sientan dos chavales de unos 16 años. Un poco macarras. O tal vez es el acento. Dicen por favor y gracias a la camarera. Pero entonces empiezan a hablar.

Algunas de sus frases me despistan de mi lectura. O será que atravieso una etapa del libro en la que el protagonista narra unos hechos bastante desagradables de su infancia y no quiero atender porque no puedo entender. Sea como fuere, acabo por prestar atención a la conversación de estos dos sujetos. 

Hablan de lo que hicieron ayer. De con quién está saliendo no sé quién. De que se emborracharon demasiado…hablan de chicas, claro. Son jóvenes y llenos de granos. Hablan de chicas, mucho. Y hablan de chicas, mal. Ninguna es guapa o simpática. Todas están “locas” son “gordas” o “engendros”. Hasta el punto de que ni el alcohol consiguió que la “pobre” chica de ayer triunfase con el de mi izquierda porque según relató él mismo, ante la disyuntiva pensó “Mira porque eres fea…porque con el pedo que llevo si no te entraba” Había otra también. Otra que estaba mucho más buena. “Sí, pero es una calientapollas” “Sí ,no? Me han dicho que es una guarra"

Y aquí ya no puedo más.

Les pido disculpas porque no he podido evitar escuchar su conversación pero “Madre mía, vaya forma de hablar de las chavalas, no?” les digo. Me rehuyen la mirada, claro. Me dice “Bueno…es nuestra conversación” Pero aún sabiendo que tiene razón, que es una conversación privada, continuo sabiendo de antemano que poco voy a conseguir. “Piensa que a lo mejor acabas babeando por alguna de ellas…o peor, a lo mejor alguna de ellas es tu hermana, o tu prima…o tu hija” Entonces me viene a la mente el vídeo que circula donde una niña habla a su padre antes de nacer. Un vídeo duro. En él se cuenta cómo por el simple hecho de ser mujer, antes de los 14 años, te van a llamar puta. Se relata en primera persona cómo algo inocente, una broma, un mote, una mala borrachera con un mal acompañante puede marcar a una mujer. Es real. Tenemos que andarnos con mucho cuidado. Siempre vigilando. Siempre desconfiando. Hasta el punto de llamarte “amargada” o “estrecha”. Entones me viene a la mente la discusión sobre la violencia machista. Entonces me viene a la mente que yo misma estoy segura de haber hablado mal sobre alguna de mi mismo género. A la edad de estos dos que tengo al lado, lo normal es poner etiquetas. Entonces me doy cuenta de que poco hemos avanzado si generación tras generación se van a repetir los mismos errores. 

Poco hemos avanzado si cada mujer que llega a un puesto de poder va a decirse que está “malfollada” cada vez que actúe de forma tajante. Poco hemos avanzado si cada niña pequeña que tiene carácter es una “marimandona” y cada niño con las mismas cualidades es un líder. Poco hemos avanzado si una mujer que hace lo que le da la gana es “ligerita” y un tío que se acuesta con todas es un “campeón”. Poco hemos avanzado si a cada hombre que cambia un pañal, da la merienda y baña a sus hijos se le hace la ola y a cada mujer que trabaja y no cocina se le mira raro. Poco hemos avanzado si seguimos cobrando menos. Yo no quiero que nos regalen puestos en listas electorales. Quiero que estén los mejores, sean del género que sean. Pero también quiero que todos seamos conscientes de que hay un momento en la vida de la mujer en el que se le obliga a decidir entre un desarrollo profesional o una familia. Poco hemos avanzado si las que tenemos que renunciar somos siempre nosotras. Poco hemos avanzado si la historia se repite. Si los que hoy son hombres hechos y derechos siguen consintiendo que sus amigos hagan bromas burdas sobre este género que es el mío y que de débil tiene poco. Pero seguiremos siendo vulnerables si seguimos educando sólo a las niñas en el “Ten cuidado” y no hacemos lo mismo con los niños en el “Ten respeto”

Poco hemos avanzado.

Me puse los cascos y seguí con mi vida. No me apetecía nada seguir escuchando sandeces aunque les había dejado tan descolocaos que creo que no se atrevieron a insultar a ninguna chica más. Hoy. Pero seguirán haciéndolo. Estoy convencida de que me pusieron de amargada para arriba. Y parte de razón tienen. Me amargaron el desayuno. Con lo que me gusta a mí desayunar... 

Al irse, uno de ellos se despidió con un irónico “Adiós amiga”
Yo le contesté “Adiós amigo” y para mis adentros pensé…”Ojalá tengas 4 hijas. A lo mejor entonces te acordarás de la loca del Vips que te dijo que no está bien insultarlas”

EL SISTEMA

Nunca me importó que me diesen el cambio en muchas monedas. Recuerdo que el señor de gafas oscuras siempre me daba las que llevaba en el bolsillo porque le pesaban y “las iba a perder”. Esas monedas financiaron muchas Fotogramas y muchos regalices (a los que en otra vida fui adicta).

Hoy tocaba afrontar ese trámite de renovación de pasaporte. Esta vez no me iban a pillar. No señor. Después de que te repudien una foto hasta 3 veces, una ya aprende la lección. Pedí la cita previa, fui con tiempo suficiente. Tenía las fotos reglamentarias y tenía dinero en efectivo. Lo tenía todo papi. 

Entro directa a la maquinita. Me da error. Cara de circunstancia. Una viejecita me suplica ayuda porque ella "con los ordenadores…no” Pues claro señora. A ver dígame su número. Se confunde un par de veces pero al final sale el papelito. Bueno, si lo consigo para la señora no voy a conseguirlo para mí…Vuelta a empezar. Y otra vez error. A ver. Otra vez. Nada. 

“Disculpe, es que tengo cita para hoy y me da error” y el joven policía viene conmigo a la maquinita. Y me pide que empiece otra vez el trámite. Y me trata como yo traté a la señora hace un minuto. Y yo me acuerdo de todas esas veces que te preguntan si el router está enchufado. Pero nada. “Sabía yo que algo tenía que salir mal. Ya es mala suerte que el sistema falle justo conmigo!” “Perdona chica pero es que no tienes cita para hoy sino para dentro de una semana”

No.

No es posible. Y de pronto me viene a la mente todas las veces que un calendario me la jugó al escoger una fecha de tren o de avión. O esa otra en las que me confundí de matrícula y por error la hice en Escultura II y no en Técnicas Escultóricas…y de pronto me acordé de todas esas veces que tuve que lidiar con ellos. Y pedirles un favor a ellos…sí, sí…a ”esos”

“No te deseo ningún mal pero ojalá tu entrada en el Reino de los Cielos dependa de un funcionario de la burocracia española”

Muto la cara de “madremíaCarmenotravez” a cara de pena. Y utilizo la misma técnica que tantas veces usé con señor de gafas oscuras hasta que se hizo inmune. La autoculpa. Empiezo con un “verá es que me confundí y toda la culpa es mía…pero es que necesito urgentemente el pasaporte” Parece que he tenido suerte con el funcionario y me ha tocado “el amiguete” me dice que están a tope pero que vuelva esta tarde. “Vale, muchísimas gracias de verdad” “Naaaaada”

Y me fui feliz.

Y volví. Pero no estaba mi amiguete. En su lugar había un señor que tenía pinta de ser el presidente de su comunidad de vecinos y cuyo hobby es hacer maquetas de barcos diminutos dentro de botellas. Un señor al que la táctica del autoculpamiento no le hizo ni un rasguño en su coraza de funcionario. Tuve que morderme la lengua varias veces para mantenerme en el papel. Porque no debía mandarle a la mierda. Ni si quiera subir el tono un poquito. Más vale seguir con la cara de pena. Porque a esta gente mejor tenerla de buenas. “Si yo le entiendo a usted, y seguro que hay más gente que viene como yo…” “Pues imagínese 30 ó 40 cada día, entiende?” Empiezo a sospechar que lo que quiere este hombre es que alguien le escuche…“Sí, sí…le entiendo…pero yo necesito una solución” Y aparece el amiguete por detrás diciendo que sí que me había citado él. Pero el presidente de la comunidad dice “Sí claro…y a otros tantos…” Y el amiguete desaparece. “Yo le digo lo que me mandan” “Pero qué quiere, que llore? Dígame qué puedo hacer” “Pues lo que está haciendo. Entiende? porque tengo un listado de gente. Así que sólo le queda esperar. Y tener suerte” “Suerte?” “Sí. Suerte. Suerte de que no aparezca alguien. Y si viene todo el mundo haremos lo que buenamente podamos. Porque este es mi trabajo” 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10…“Vale gracias” 

Y esperé.

Y lo odié un poco. “Yo no creo en la suerte, creo en las personas!” pensaba espetarle cuando por fin consiguiese salir de esa oficina jurando jamás volver. 

Vi cómo le soltaba el mismo discurso a otra mucha gente. No es que la paciencia fuese la mayor virtud de este señor. Y ese tono de reproche, como intentando aleccionar a los que se pretendían saltarse el sistema en el que él tanto confía, no ayudaba nada. Sin embargo, después de un rato observándolo, empecé a sentir cierta empatía por él, que en mi cabeza se llamaba Antonio. 

Antonio pasa sus días en esa oficina cuyas paredes están decoradas con varios folios pegados con celo amarillento. Unos indican dónde están las mesas, otros hacen anuncios en mayúsculas que nadie parece tomarse en serio. Como el de “aquí no se atiende a nadie sin cita previa”. Antonio se sienta en el mostrador de información. Pero Antonio no recibe preguntas. Lo que recibe Antonio son problemas. Todo problemas. Gente que necesita una solución. Outsiders del sistema. Como yo. Qué hará Antonio? Puede que empezase sus años mozos colando a la gente y haciendo favores. Pero ya no. Aprendió que no merecía la pena. Para qué? Le cogió gustillo a esto de dar sermones en monótono. Se alejó de la realidad y de las particularidades de cada caso. Les dice “Le anoto aquí y espere allí” y que pase el siguiente.

La vida de Antonio me parece una mierda.

Entonces aparece en escena una funcionaria media. De edad media, estatura media, puesto medio y pelo rojo. Paqui, la llamaremos. Paqui es una señora funcionaria funcional. Despacha y listo. “Alguien tiene dos billetes de 5 €?” pregunta. Entonces recuerdo que tengo muchas monedas en el monedero. Y algún billete de 5. Y sin pensarlo digo “Yo! pero después no voy a tener cambio para darle” “Bueno no importa, dámelo y pasa conmigo que ya te lo hago ahora” 

Ahí estaba. La tarjeta de suerte del Monopoly, la de pase por la casilla de salida y cobre las 20.000 pesetas. El ticket dorado de Charlie y la Fábrica de Chocolate. El pase directo a la Final. No sonrío. No sea que se gafe. No sea que Antonio se entere que estoy colándome por uno de los pasadizos del sistema. Me siento muy quieta. Hago algún comentario sobre la juventud perdida de la anterior foto. No funciona. “Dedo izquierdo” Silencio. “Ahora el otro” Silencio. Y siempre, después de cada paso, ese kleenex arrugado que te preguntas cuántas veces cambiarán y si es realmente efectivo o estamos mezclando las huellas dactilares de toda España.

Paqui me hace el pasaporte en 1 minuto 47 segundos. Le agradezco a Paqui que sea tan funcionaria y tan funcional. Pero sobre todo le agradezco que se venda tan barato. 

Me acordé de Antonio. Pensé que en algún momento iba a levantarse y decir “No! Paqui, a esta chica no le des Pasaporte aún. Está castigada” 

Pero por suerte Antonio no se había enterado de nada. Lo sé porque me fui a despedir de él. Y le di las gracias sin un ápice de ironía. Él cambió la cara y me gritó cuando ya estaba en la puerta “Espera!” y se acercó. Todo esto muy dramático. Como en una película. “Te vas a ir sin el pasaporte?” Me preguntó casi diría que arrepentido por haber sido tan sumamente cabrón. 

“No. Me lo llevo. Por tener cambio. Por suerte, como decías…”

Y puso esa cara que me hace tanta gracia. Apretando la boca y levantando las cejas al tiempo que se giraba y volvía hacia su mostrador de “Información”

ALGUNAS PEQUEÑAS COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA (VOL. XXIII)

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Que mis padres me inviten a desayunar de hotel un día de resaca

Pasar por un túnel muy largo en el tren y por un instante no saber si nos hemos parado o seguimos andando porque todo es negro por la ventana

Sentirse totalmente identificado con lo que le pasa o lo que piensa el personaje de un libro

Explotar plástico de burbuja

Una reunión de trabajo a la que no vamos con ordenadores sino con libreta y portaminas

La gente que dedica tiempo a rellenar esas tarjetas que vienen en las maletas para poner tus datos

O esa otra que va más allá y hace sus propias etiquetas caseras y pega su teléfono en la cámara de fotos o en el ordenador

Y claro, toda esa gente que llama y devuelve estas cosas y con ellas la felicidad absoluta al dueño 

La frase "Kamchatka es el lugar donde resistir"

Encontrar, después de un tiempo, la pareja de un calcetín

Que el señor de gafas oscuras diga “Piraña, yo soy Dios" y me de a probar en una cazuela un mejunje y al preguntarle los ingredientes responda que no puede desvelarlos, que es un chef profesional y además es muy complicado para que nuestras mentes lo entiendan

Leer en el metro y despistarse. Pero justo hasta una parada antes de la tuya

Ese Neobrufen que tiro en cada bolso y neceser y que aparece cuando tanto lo necesito

Cuando te roza algo un tobillo y crees que es un bicho pero luego descubres que es un fleco de la manta, una cinta de la mochila o el zapato del que tienes al lado en la reunión

Que te vayan a recoger al aeropuerto

Y ese abrazo

La tía Susana diciéndome que está bien. Como si nada hubiera pasado. Aunque le pasó

Leer “Momentos de inadvertida felicidad" con una sonrisa continua al acordarme de esta lista

Acertar al recomendar un libro. Y luego comentarlo

Cuando el jefe de tus jefes dice lo que tú estabas pensando

En el metro, cuando no puedo evitar reírme con algo que leo en un libro o en el móvil y miro alrededor como diciendo “Ay madre, vaya loca" pero veo que la persona de enfrente también se ríe y pienso que seguramente también le ha hecho gracia. Aunque no lo haya leído

Acertar a la primera en el manojo de llaves

El gesto de padres cuando les enseñas algo y automáticamente lo alejan y enfocan

A veces, los cielos de Madrid

Basia Bulat cantando a Cecilia

Todas y cada una de las veces que pienso que la maleta rosa esta vez estalla. Y sin embargo conseguimos cerrarla. 

Y todas y cada una de las veces, cuando la señora que calceta dice “Vaya compra esta...además fue tirada!" 

Preguntar “100%?" Y que te contesten “Sí". Y entonces saber que eso es seguro. 100%

Algunas de las mejores historias que me han contado son esperas por hombres, disimules por hombres o películas montadas por hombres de las cuales ellos no tienen ni idea. Me hace gracia   pensar que la mitad del planeta no sabrá nunca lo que la otra mitad ha llegado a hacer por ellos. Y las risas al recordarlas

Que Gonzaga me haya descubierto We'll meet again…don´t know when, don’t know where

Vencer. Pero mejor, convencer

Esas pequeñas cosas absurdas que tiene uno, como el hecho de sentirme bien por decirle a la peluquera que el agua está siempre perfecta de temperatura. Aunque esté un poco fría o un poco caliente

Las pausas de Novocaine for the soul. Cuando creo que ya va a acabar y empieza otra vez... "Life is good and I feel great”

Que te digan "Me ha hecho mucha ilusión que vuelvas"

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VOLVER A MADRID

Ahora ya sí. Se acabó el mes de transición. He vuelto a Madrid. He dejado mi casa y mis llaves. He repartido cajas y maletas. He vuelto por tercera vez a la ciudad en la que cada despedida creo que será la última.

Tiene sus cosas buenas. Dejar la vida de freelance hace que ya no pase tantas horas al día sola con el riesgo que ello suponía para mi salud mental. Pero echo de menos esos momentos. Ahora estoy demasiadas horas rodeada de demasiada gente. Gente que pasa por la calle. Gente en el metro. En el ascensor del trabajo. Caras desconocidas. Yo saludo, claro. Pero es gente que no me importa. A ver, si les pasase algo me daría pena. Pero no me importan. La gente que me importa no está conmigo el 90% del tiempo. Y eso es algo con lo que tengo que vivir. 

Así que me toca estar conmigo. Aguantarme todo el día, como antes, y aguantar a otra gente.

Pero es que estaba muy bien donde estaba. Estaba en casa. Y como en casa, en ninguna parte, se suele decir. Bien, pues había conseguido tener mi casa. La primera de total independencia. Aunque técnicamente mientras el señor de gafas oscuras me siga pagando el móvil seguiré dependiendo de él, de su bondad y de su poco interés por investigar en las facturas de Movistar.

Además esta casa estaba cerca de mi antigua casa. Eso está bien porque por mucho que la señora que calceta me diga que “No te voy a vivir toda la vida” yo sé que ella está ahí para esas cosas de las que mi vida no depende pero que en la práctica, la hacen mucho más fácil. Que si un tupper, un desayuno continental, un vestido a la tintorería, un remiendo en un pantalón, encontrar las gafas, darme las llaves de repuesto porque a mí se me olvidaron dentro…

Pero sobre todo, esta casa estaba habitada por dos seres a los que ya quería y a los cuales ahora simplemente venero como las señoras devotísimas que van a misa los domingos y rezan a sus santos con una fe que queda fuera de toda perturbación. A mi San Diegas y a mi San Boryi que no me los toque nadie.

El primero, ante la aún lejana posibilidad de irme, en una de esas tantas noches en las que acabamos cerrando último local y abriendo el nuestro propio a quien quisiera venir a desayunar y a hacer uso del sofá, me rodeó con el brazo y me dijo que iba a estar muy triste. Diego a esas horas es un hombre de pocas pero contundentes palabras. 

Con ambos acabé otra de esas noches alegres en ese mismo local en el que tanto pasa y tan poco se recuerda. Haciendo una exaltación de la fraternidad y de la convivencia primil que hizo que se me saltasen las lágrimas. No es este un hecho difícil y tal vez necesito un fontanero pues tengo goteras a menudo, pero fueron inevitables ante el deseo de ambos del hundimiento total de la empresa que hoy me paga y por la que me tuve que venir al centro. De esta forma me vería obligada a volver a Vigo. A mi vida cómoda. Con ellos, claro. Porque si vuelvo, será con ellos. 

Y “a quién le vamos a robar ibuprofenos?” y “a quién voy a despertar?”“a quién vamos a comprar hummus y tentar con pedir Burger?” 

Me gusta cuando al cabo de un tiempo tienes cogido el truco a un piso. Cuando te acostumbras a sus habitantes y a sus pequeñas particularidades. Sólo entonces estás realmente en casa. A menudo la basura estaba llena de restos de comida basura y había cientos de tuppers con sus respectivas tapas naranjas por la cocina. En el lugar de la lavadora, una tina llena de botas de fútbol y espinilleras me recordaba que vivía con deportistas de élite. La nevera no cerraba bien y me convertí en una auténtica maestra en el arte de regular el grifo con el pie cuando al agua le daba por salir de repente del infierno y a continuación de la Antártida. 

Yo estaba muy bien ahí. Pero me hicieron saltar a un tren en marcha casi literalmente e irme. Sin tiempo para dudar. Lloré hasta Zamora. Después se me pasó. 

Así es Madrid. Intégrate o desintégrate. Volvieron de golpe los madrugones, los empujones, las prisas. Las horas perdidas recorriendo la ciudad para llegar a una casa que aún tienes que hacer(te). Sabiendo además que es todo temporal. Otra vez. Porque mi casa está en Vigo.

Hoy puedo decir que estoy encantada. De verdad. Pero se me partió el corazón al dejarlos. A mis dos guardaespaldas. A mis amigas de diario que seguirán siéndolo virtualmente y a las que, con suerte, una vez cada mesypoco volveré a abrazar. Me da muchísima pena pensar que me voy a perder cada nueva palabra de Martina y cada nuevo descubrimiento de Roque. No me gusta que mis padres vuelvan a ser voces al otro lado del teléfono y no estar en esas comidas de los sábados que servían para medirnos los pulsos y los tiempos. Pero “es lo que hay”. Y “es lo que hay” es una frase que odio.

Recogí las últimas cajas, metí en la maleta los abrigos, despegué las últimas fotos de la pared y el calendario de septiembre. Ponía “septiembre se va y tú te quedas”. Pero era mentira.

Volví para apagar la luz. Ese ya no es mi cuarto.

Aquí nadie me dice “Prima qué?” Pero aún así sé que seré feliz. La resiliencia es una buena cosa.

Tiene gracia que haya titulado esta entrada “Volver a Madrid” cuando en realidad es un “Hasta pronto, Vigo

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